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Lorenzo no descansó en Estella. Aquella noche vio Salvador las calles Mayor y de Santiago atestadas de soldados, que se racionaban con pan y vino; habló con ellos y pudo notar que reinaba en la tropa buen espíritu, si bien su entusiasmo por la causa que empezaban a defender no era muy grande todavía. Lorenzo salió a media noche.

Millán, interrumpiéndole, se aproximó a la mesa y comenzó a dar conversación a don José, por esquivar las bromas de su amigo: Sabrá Vd. que las partidas de Gerona se han disuelto... Lo grave es que por el Baztán han entrado dos jefes con cien hombres, y que unidos a otra partida, cerca de Estella, andan ya por las inmediaciones de Pamplona.

Soy periodista. La fuga aquella me sirvió para hacer un artículo interesantísimo. Hablaba de ustedes dos y de aquella señorita morena. ¡Qué chica más valiente, eh! Ya lo creo. Pues, si no tienen ustedes reparo, iremos juntos a Estella. ¿Reparo? Al revés. Satisfacción y grande. Quedaron de acuerdo en marchar juntos.

Entre éstos distinguió Martín los dos jacos en cuyos lomos fueron desde Zumaya hasta Estella. El coche, un landó viejo y destartalado, tenía un cristal y uno de los faroles atado con una cuerda. Bajó las escaleras Martín embozado en la capa, abrió la portezuela del coche, y dijo a Bautista: Al convento de Recoletas. Bautista, sin replicar, se dirigió hacia el sitio indicado.

Un teniente que apareció en la carretera, preguntó: ¿Qué hay, sargento? Traemos prisioneros a un general carlista y a dos monjas. Martín se preguntó por qué le llamaba el sargento general carlista; pero, al ver que el teniente le saludaba, comprendió que el uniforme, cogido por él en Estella, era de un general. CÓMO LLEGARON A LOGRO

Dos días de acelerada marcha llevaron al barón y su gente á la orilla opuesta del rápido Arga y más allá de Estella, hasta dejar atrás los valles y las cañadas de Navarra y hallarse frente al anchuroso Ebro, en cuyas riberas se alzaban numerosos caseríos.

El Virrey 14 de Navarra mandó contra ellos una columna. La columna no derrotó a nadie... como siempre; pero cogió a D. Carlos, que estaba en el convento de frailes franciscos, , , y juntamente con un sobrino de Santos Ladrón y un capuchino, a quien sorprendieron haciendo cartuchos, le llevaron a Estella.

Pues, ya... el bribón que le capturó y el jefe militar de Estella son una misma endemoniada persona, , , y esta persona es el perdido de los perdidos, el gran maestre de los canallas, Seudoquis, más masón que Caifás y más liberal que Caín.... ¿Le conoce usted?

Sonrió con desdén Navarro, y como si su hermano hubiese dicho una gran necedad, le contestó de este modo: ¿Pero no sabes, pobre hombre, que ese infeliz Zumalacárregui fue hecho prisionero en la Rioja, conducido a Estella, en cuya cárcel se agravó su enfermedad del hígado, y después trasportado en un carro a Pamplona? ¿No sabes que está en el hospital con un mal gravísimo, que algunos tienen por hepatitis y otros por locura? ¡Lástima de hombre! le aprecio mucho y deseo que sane.

Los carlistas se apoderaban de una porción de pueblos abandonados por los liberales. Habían entrado en Estella. En las dos orillas del Bidasoa, lo mismo en la frontera española que en la francesa, se sentía un gran entusiasmo por la causa del Pretendiente. Capistun y Bautista señalaron sus conocidos alistados ya en la facción. La mayoría eran mozos, pero no faltaban tampoco los viejos.