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Actualizado: 24 de junio de 2025


Tirso, interpretando aquello como befa por la derrota, se enfureció; levantose de pronto con el rostro desencajado, fue hacia el mapa, trémulas las manos, y cogiendo tres o cuatro banderizas carlistas, dijo, clavándolas en el papel con grosera violencia: ¡! ¡Entrarán aquí, y aquí, y aquí! Los alfileres marcaron al azar varias poblaciones; Estella, Pamplona y Madrid quedaron conquistadas.

Martín sacó la carta de Levi-Alvarez y el paquete de letras cosido en el cuero de la bota y separó las ya aceptadas y firmadas, de las otras. Como estas todas eran para Estella, las encerró en un sobre y escribió: «Al general en jefe del ejército carlista.» ¿Será prudente se dijo entregar estas letras sin garantía alguna?

El extranjero explicó al paso la posición respectiva de liberales y carlistas en la batalla de Monte Muru y el sitio donde se desarrolló lo más fuerte de la acción, en la que murió el general Concha. Al anochecer llegaron cerca de Estella. Mucho antes de entrar en la corte carlista encontraron una compañía con un teniente que les ordenó detenerse. Mostraron los tres su pasaporte.

Era el extranjero a quien habían libertado de las garras del cura. ¿A qué vienen ustedes por aquí? preguntó el extranjero. Vamos a Estella. ¿De veras? . Yo también. Iremos juntos. ¿Conocen ustedes el camino? No. Yo . He estado ya una vez. Pero, ¿qué hace usted andando siempre por estos parajes? le preguntó Martín. Es mi oficio le dijo el extranjero. Pues, ¿qué es usted, si se puede saber?

Cada pueblo del tránsito le parecía una estación de calvario para su estómago hambriento; recordaba las aldeas por lo que había comido, o mejor dicho, por lo que había ayunado; aquí habían dado por toda comida un caldo de berzas, allá por cena una colación de verduras cocidas; y para colmo de desdichas, estaba alojado en Estella en casa de unas viejas solteronas y por la mañana le daban chocolate con agua, por la tarde cocido, y de noche una sopa de ajo infame.

Ambos meditaron breve rato, D. Felicísimo con los ojos fósiles puestos en el ensangrentado Cristo de la columna, Salvador leyendo en las rayas de la estera. ¿En poder de quién está Navarro? ¿Conoce usted al jefe de la columna que lo aprehendió, o al gobernador de Estella?

A Martín le pareció aquella portada de piedra amarilla, con sus santos desnarigados a pedradas, una cosa algo grotesca, pero el extranjero aseguró que era magnífica. ¿De veras? preguntó Martín. ¡Oh! ¡Ya lo creo! ¿Y la habrá hecho la gente de aquí? preguntó Martín. ¿Le parece a usted imposible que los de Estella hagan una cosa buena? preguntó riendo el extranjero. ¡Qué yo!

Defendía la conducta del cabecilla asesino Rosas Samaniego, que estaba entonces preso en Estella, y le parecía poca cosa el echar a los hombres por la sima de Igusquiza, tratándose de liberales y de hombres que blasfemaban de su Dios y de su religión. Contó el tal viejo varias historias de la guerra carlista anterior. Una de ellas era verdaderamente odiosa y cobarde.

Entérese usted bien de lo que ha pasado dijo D. Felicísimo, entregando a Salvador varias cartas, que este empezó a leer con avidez . Vea usted lo que me escribe el guardián de franciscos de Estella.... Vea usted también la relación detalladísima que del suceso me hace el prior de los descalzos de Viana.

Y si en respecto del firmamento es la tierra como un punto, ¿cuánto será menor puntillo respecto del cielo empíreo? ¿Pues qué dejas, menospreciando el mundo, aunque fueses señor dél, sino un angosto nido de hormigas, por los reales y anchos palacios del cieloAquellas palabras del padre Fr. Diego de Estella traspasaron luminosamente su espíritu.

Palabra del Dia

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