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Bueno, ya veo que lo quieres es acompañarme. Iremos juntos, y, si conseguimos traer las letras firmadas te daré algo. ¿Cuánto? Ya veremos. ¡Qué granuja eres! exclamó Bautista ¿para qué quieres tanto dinero? ¿Qué yo? Ya veremos. Yo tengo en la cabeza algo. ¿Qué? No lo , pero sirvo para alguna cosa. Es una idea que se me ha metido en la cabeza hace poco. ¿Qué demonio de ambición tienes?

Aunque hubiese en la sala obras de más apariencia y estuviesen firmadas por escultores reputados, al cabo de algunos días nadie dudaba que el autor de la Profecía del Tajo era un artista sobresaliente que se revelaba con originalidad e independencia.

Tiene usted que arrodillarse y besarle la mano dijo el oficial. Zalacaín no replicó. Y darle el título de Majestad. Zalacaín no hizo caso. Don Carlos no se fijó en Martín y éste se acercó al general, quien le entregó las letras firmadas. Zalacaín las examinó. Estaban bien. En aquel momento, un fraile castrense, con unos gestos de energúmeno, comenzó a arengar a las tropas.

Por lo que toca á la provincia de Cavite, si bien se circularon órdenes de llamamiento por escrito firmadas por D. Agustin Rieta, D. Cándido Tirona, y por , Tenientes de las tropas revolucionarias, sin embargo, no había seguridad de que fueran atendidas, ni recibidas siquiera; como en efecto, una de estas órdenes cayó en manos del español D. Fernando Parga, Gobernador Político Militar de la provincia, que dió cuenta al Capitán General Don Ramón Blanco y Erenas quién ordenó á seguida, combatir y atacar á los revolucionarios.

Toma las letras le dijo Martín a Bautista . ¡Guárdalas! ¿Te las han dado ya firmadas? . Hay que prepararse a salir de Estella en seguida. No si podremos dijo Bautista. Aquí estamos en peligro. Además del Cacho, se encuentra en Estella Carlos Ohando. ¿Cómo lo sabes? Porque le he visto. ¿En dónde? Está en mi casa herido. ¿Y te ha visto él? . Claro, están los dos exclamó Bautista.

La Biblioteca del Congreso, cuya base principal es la que perteneció al pretendiente Don Cárlos, no tiene de particular sino sus documentos políticos que le son especiales. El bibliotecario me mostró con suma galanteria cuanto le pedí, y tuve la particular curiosidad de hojear y leer las famosas constituciones de 1812 y 1837, autógrafas y firmadas por todos los legisladores respectivos.

Se trata de hacer un recorrido por entre las filas carlistas y conseguir que varios generales y, además, el mismo don Carlos, firmen unas letras. ¡Demonio! No es fácil la cosa exclamó Zalacaín. Ya lo que no; pero se pagaría bien. ¿Cuánto? El patrón ha dicho que daría el veinte por ciento, si le trajeran las letras firmadas. ¿Y a cuánto asciende el valor de las letras? ¿A cuánto?

Era este un hombre bajito, entre rubio y canoso, con la nariz arqueada, el bigote blanco y los anteojos de oro. Ospitalech era dependiente del señor Levi-Alvarez y contó a su principal cómo Martín se brindaba a realizar la expedición difícil de entrar en el campo carlista para volver con las letras firmadas. ¿Cuánto quiere usted por eso? preguntó Levi-Alvarez. El veinte por ciento. ¡Caramba!

La guerra añadía Asensio, metiendo la cucharada es cosa nada bueno. Al día siguiente, por la noche, iba a acostarse Martín, cuando la posadera le llamó y le entregó una carta, que decía: «Preséntese usted mañana de madrugada en la ermita del Puy, en donde se le devolverán las letras ya firmadas. El General en JefeDebajo había una firma ilegible.

Apenas estuvo en ellas, cuando rompiendo el sobre de la carta destinada a su mujer, leyó estas palabras que no estaban firmadas, pero cuya procedencia no había como poner en duda: «Esté tranquila. Por su cariño tendré consideración con élEl primer movimiento del señor de Maurescamp, siempre dispuesto a la cólera, fue romper y echar al fuego aquel insolente billete.