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Además, en las tardes de mala suerte, visitaba con frecuencia el bar del Casino, buscando la inspiración en una serie de whiskys tomados de pie y á toda prisa. Fornido, algo cuadrado, con la cabeza pequeña, los ojos intensamente azules, el bigote rubio y canoso, Atilio le encontraba cierta semejanza con un jabalí, tal vez por su acometividad y aspereza en momentos de mal humor.

No concibiéndolo sino como lo conocieron, probablemente toda la clase suponía que monsieur Jaccotot fuese viejo, calvo, canoso y de anteojos de oro desde el mismo instante del nacimiento. ¿Qué descabellada fantasía pudiera suponer que monsieur Jaccotot, el maestro francés, hubiese sido alguna vez joven, y menos aún niño?...

Un brazalete de oro brillaba á continuación de una mano del conde puesta sobre la mesa. Era el más viejo de todos y el único que conservaba sus cabellos, de un rubio obscuro y canoso, peinados cuidadosamente y brillantes de pomada. Próximo á los cincuenta años, mantenía un vigor femenil, cultivado por los ejercicios violentos.

El uno era el marqués de Soldevilla, hombre de media edad, enteramente rasurado, color erisipeloso y dientes amarillos, que hablaba muy alto para aparecer campechano: el otro, un coronel retirado, llamado Galarza, viejo, canoso, y hombre de pocas palabras y amigos. Venían de parte del Duque a arreglar un asunto grave, que había acaecido la noche pasada, en el terreno del honor.

A las diez y media del otro día, mientras don Francisco y toda la familia menuda estaban de paseo en la Cuesta de la Vega, quedó realizada la operación. Aparecieron con usurera exactitud, a la hora fija, Torres y Torquemada. Este era un hombre de mediana edad, canoso, la barba afeitada de cuatro días, moreno y con un cierto aire clerical.

La época del casamiento fue inducida por la edad de la hija, a quien Aguilar el feliz mortal que tuvo la suerte de verla calculaba diecisiete años... A pesar de la exactitud de estos datos, a renglón seguido, el novelista suponía que ya al tiempo de su enlace monsieur Jaccotot fuera tan viejo como ahora, calvo, canoso y de anteojos de oro.

Había envejecido bastante: la calva, ya dilatada, se la cubría un gorro de terciopelo morado; más flaco y más pálido; el bigote canoso había quedado reducido, merced al lento pero continuado trabajo de la navaja, por entrambos lados, a una motita debajo de la nariz. Buenos días, tío, ¿cómo sigue V.? Hola, Miguel: bien, ¿y ? respondió D. Bernardo sin apartar la vista del periódico.

El coronel... ¿Dónde diablos estará el coronel? Atraviesa las salas de juego, buscando una cabeza de pelo canoso partido en dos secciones brillantes por la raya que se tiende rígida de la frente á la nuca. La ve al fin sobre el respaldo de un diván, entre dos sombreros de mujer, cuatro ojos orlados de luto y unas mejillas con las arrugas rellenas de pasta blanca y pasta rosa.

Era este un hombre bajito, entre rubio y canoso, con la nariz arqueada, el bigote blanco y los anteojos de oro. Ospitalech era dependiente del señor Levi-Alvarez y contó a su principal cómo Martín se brindaba a realizar la expedición difícil de entrar en el campo carlista para volver con las letras firmadas. ¿Cuánto quiere usted por eso? preguntó Levi-Alvarez. El veinte por ciento. ¡Caramba!

El soldado de pelo canoso y lentes de miope, que guardaba en plena guerra los gestos de un director de fábrica recibiendo á sus clientes, mostró al mover los brazos unas vendas y algodones en el interior de sus mangas. Estaba herido en ambas muñecas por una explosión de obús, y sin embargo continuaba en su sitio.