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Pero no osaba acercarse al portugués en público, y espiaba la ocasión de una entrevista; un día y otro día entraba en la Bolsa, y antes que la pizarra, sus ojos buscaban el levitón café, le seguía, le rozaba con la manga al pasar, pero sin detenerse; don Bernardino saludaba sonriendo y el señor de Melo Portas mostraba sus dientes de jabalí, lo que más parecía amenaza de mordisco, que expresión de cortesía.

Como el cazador que habla de los interesantes hechos del chacal y el jabalí, el pescador se exalta contando las finezas de la carpa y las astucias de la trucha, respetándolos casi como adversario, los combate con hábil juego y se irrita contra los indignos sujetos que destruyen la raza.

Como partió una andanada al mismo tiempo que la pregunta del capitán, Santiago aparentó no haberla oído, y continuó con una imperturbable impudicia: Aún le veo, capitán, todo vestido de rojo ¡el malvado! con unas calaveras bordadas de plata, y después una talla... ocho pies y algunas pulgadas; unos hombros... unos hombros anchos como la popa de la escampavía, y después una barba roja, cabellos rojos, ojos brillantes, y unos dientes... es decir, unos colmillos como un jabalí.

Las cortinas bien corridas sobre el ventanal de cristales, la chimenea ardiente esparciendo palpitaciones de púrpura como única luz de la habitación, el monótono canto del samovar hirviendo junto á las tazas de , todo el recogimiento de una vida aislada por el dulce egoísmo, no les permitió enterarse de que las tardes iban siendo más largas, de que afuera aún lucía á ratos el sol en el fondo de los pozos de nácar abiertos en las nubes, y que la primavera, una primavera tímida y pálida, empezaba á mostrar sus dedos verdes en los botones de las ramas, sufriendo las últimas mordeduras del invierno, negro jabalí que volvía sobre sus pasos.

Reynoso les mostró de nuevo con orgullo no sólo su maravillosa colección de palomas blancas, sino otra porción de aves y bichos que tenía enjaulados, un águila, una ardilla, un jabalí, etcétera. Admiraron la paciencia y la maestría con que había sabido domesticar a algunos de ellos.

, que nunca has llenado sus profundas copas en la mesa del festín, ni les has presentado la carne humeante del jabalí Sarimar, ¿para qué sirves? ¿Para hilar sábanas?

La boca se le hacía agua viendo desfilar por delante de su vista aquellas legiones de perdices, aquellos ejércitos innumerables de conejos, aquellos venados corredores y jabalíes feroces. ¡Ay! ella no había tenido el gusto de tirar a un jabalí. ¡Cuánto apetecía encontrarse frente a uno! ¿?

La cabeza de jabalí casi desapareció. Los dos enormes jarros quedaron vacíos. A las risas, a los brincos y a los cantares, con que se animó la cena, sucedió profundo silencio. Tiburcio y Teletusa se fueron por un lado. Asmodeo y Belcebú, por otro.

La vida se desarrollaba vigorosa y activa en ellos y en los vecinos bosques. Insectos de brillantes colores zumbaban en torno de hojas y flores; juguetonas ardillas suspendían sus escarceos para mirar al insólito caminante desde lo alto de las ramas, y ya se oía el gruñido del fiero jabalí en el matorral, ya el roce de las hojas secas pisadas por el gamo, que huía á todo correr.

Es agricultor en primer término, favoreciéndole á ello las dilatadas llanuras que comprende su territorio, en el que se encuentra mucha y buena caza mayor y menor, predominando en la primera, el venado y el jabalí, y en la segunda una rica y numerosa variedad de palomas. Pastos los posee excelentes, criándose en ellos ganado vacuno y caballar.