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Que mis escuderos vuelvan aquí también dijo donna Olimpia para que coman y beban patriarcalmente con nosotros, que bien lo merecen después del primor con que se han conducido. Y vaya si lo merecen dijo Teletusa . ¡Hola! Asmodeo y Belcebú, acudid a beber y a regocijaros. Ambos son de noble prosapia y aun creo que algo parientes de donna Olimpia.

No los has visto en una de sus correrías, hendiendo cabezas y sajando cuerpos de hermanos nuestros. ¡Por el filo de mi espada! preferiría darle un abrazo al mismo Belcebú antes que estrechar la mano de uno de esos bergantes, aunque se llame el rey Roberto, ó Douglas el Diablo de Escocia, ó sea el mismísimo condestable Bertrán Duguesclín de Francia.

La cabeza de jabalí casi desapareció. Los dos enormes jarros quedaron vacíos. A las risas, a los brincos y a los cantares, con que se animó la cena, sucedió profundo silencio. Tiburcio y Teletusa se fueron por un lado. Asmodeo y Belcebú, por otro.

¡Por la uña de Belcebú! es sin duda ese héroe del frac azul y de la charretera de oro que oculta su cabeza detrás de un cañón y que no se menea más que un pescado muerto... Blasillo, hijo mío, haz que esconda esa pierna que se le ve aún, porque el valiente se desliza como una culebra a lo largo de ese afuste.

No hay duda en ello interpuso esta . Nuestro parentesco es evidente aunque remoto. Soy prima quinta de Belcebú y sexta de Asmodeo. Pues que sea enhorabuena dijo Morsamor, desechando escrúpulos, echado a rodar su formalidad y tomando parte y aun haciendo el papel principal en la orgía que hubo de seguirse. Resbaladizo y difícil sería describir aquí lo que allí ocurrió después.

Cuán extraordinaria sorpresa y cuán tremenda cólera no serían las de Morsamor no bien supo que donna Olimpia y Teletusa, así como sus escuderos Asmodeo y Belcebú, habían desaparecido, sin que se hallasen en la nave por más que los habían buscado.

Teletusa, tan regocijada como de costumbre, apareció con ella. Y aparecieron igualmente entre los libertados galeotes, siendo de los que mejor pagaron la libertad combatiendo a los corsarios, los dos fieles y robustos escuderos a quienes llamaban Asmodeo y Belcebú, más por broma que con suficiente motivo.

El anteojo cayó de las manos del fraile; se golpeó la frente, tuvo un momento de recogimiento, se secó el rostro inundado de sudor, hizo un esfuerzo sobre mismo como para tomar una resolución atrevida, y dirigiéndose al comandante de la tartana, que parecía aún absorto en su amoroso ensueño, exclamó: ¡Réprobo... renegado... condenado... apóstata, excomulgado... hijo de Satanás... brazo derecho de Belcebú!...

Los dos tremendos rufianes, Asmodeo y Belcebú, le habían cogido cada uno por una pierna, tiraban de él y le arrastraban al fondo de los mares. Entonces Morsamor perdió el conocimiento y el sentido. Reconciliación suprema Después de las portentosas aventuras que acabamos de referir y del trágico fin que tuvieron, bien podemos asegurar que no murió Morsamor.