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Después, solo el anteojo percibe cual blanca gaviota posada sobre un copo de espuma, el torreón del faro: más tarde, la espuma se funde en el Océano, la gaviota desaparece en los mundos de la luz, la bruma se disuelve en los cielos, y al borrarse en la retina la última línea de la ciudad murada, se abre un nuevo registro en los misterios de los recuerdos.

Yo entonces aun no había visto nada, no podía comprender la diferencia que existe entre la ostentación lujosa y el buen gusto, y quedé maravillado. Después de recorrer la casa subimos la azotea y estuvimos contemplando la bahía de Cádiz, inundada de sol, llena de fragatas, de bergantines y de goletas. Dolorcitas trajo un anteojo y miramos el Puerto de Santa María, Rota y Puerto Real.

El dueño del anteojo no contestó nada. Semiavergonzado el preguntón, mironos a todos los que rodeábamos al señor del anteojo, con cara de cretino como un individuo que se confiesa en una posición falsa. Pero nuestro hombre no era individuo de ceder a dos tirones y reincidió. ¿Me quiere dejar mirar un momento? El dueño del anteojo tampoco contestó esta vez.

En el fondo el valle, las costas y la ciudad de Malaga; más adelante los desiertos resplandecientes del Mediterráneo estrechado por dos continentes; á lo lejos, visibles solo con el auxilio del anteojo, las montañas azules del África, vagas, entrecortadas y confusas, hacia la costa de Tetuan; y todo cubierto por un cielo azul claro precioso é iluminado por un sol casi tropical: el magnífico sol africano!

Llevóle hasta la pizarra y le señaló la prodigiosa cifra, 348, como se muestra un cometa en el cielo. ¿No lo ve usted bien? repuso el italiano, pues empínese sobre la punta de los pies, porque está muy alta, o eche usted mano de un telescopio; un simple anteojo no basta. Los dos, pasmados, se callaron. De los ojos de don Bernardino huyó la dorada visión, y sintió los escalofríos de la realidad.

Detrás de él dos jóvenes de diez y seis y veinte años, respectivamente, de piel blanca como la de los europeos, pero no atezada como la que suele distinguir a la gente de mar, parecían esperar con cierta ansiedad el resultado de la minuciosa observación que estaba practicando el del anteojo. ¿Ves algo? le preguntó al poco rato el más joven de ellos.

Y todas las miradas se volvieron hacia el punto que Kernok designaba con el extremo del anteojo. ¡Ocho, diez, quince portas! exclamó ; una corbeta de treinta cañones; ¡muy bonito! y por añadidura, de la escuadra azul. Llamó a Zeli.

El que en su espíritu, pues, se transporta á esos siglos pasados, contemplará esas creaciones maravillosas de los autos de Calderón, experimentando sentimientos iguales á los de la persona, que, provista de un anteojo de larga vista, recorre lejanos horizontes y cielos dilatados, en los cuales las nebulosas se transforman en soles, y surgen de las profundas tinieblas del firmamento mundos nuevos de un resplandor incomparable.

Algunas veces, un torpedero, al entrar en el puerto viejo, se deslizaba por la boca de una de estas callejuelas sombrías como si pasase por la lente de un anteojo. Al sentirse fatigado el marino por el mal olor y la miseria viciosa de los barrios viejos, volvía al centro de la ciudad, paseando bajo los árboles de las avenidas de Meilhan ó entre los puestos de flores del Coso Belzunce.

¡Eh, señor! repitió tocándole tímidamente sobre el brazo ¿me quiere dejar mirar? El del anteojo sacó los ojos del vidrio, dio vuelta para ver quién le hablaba y contestó secamente: ¡No! El desairado trató de forjar una sonrisa para disimular.