United States or El Salvador ? Vote for the TOP Country of the Week !


Una tarde, al anochecer, al ir a entrar a la fonda, pasó por delante de la criada vieja de casa de doña Hortensia, la señora Presentación, y me dió una carta. Era de Dolorcitas. Me citaba para las diez de la noche; tenía que hablar conmigo. Me esperaría en la reja. Vivía en la calle de los Doblones, cerca de la Aduana. Toda mi ecuanimidad se vino abajo desde aquel momento.

Mi humildad me inducía a creerme un salvaje entre civilizados. Mi timidez me hacía pasar unos momentos horribles; una palabra, un gesto, cualquier cosa bastaba para que la sangre me subiese a la cara. Dolorcitas sonreía al verme turbado. Veía que sufría y se alegraba. Era la crueldad natural de la mujer.

Al mismo tiempo, y refiriéndose a Dolorcitas, dijo que ésta se casaría con un hombre de su posición, indicándome de pasada que no pretendiese poner los ojos demasiado alto. Para el señor Cepeda, como para todos los comerciantes de puerto, había, sin duda, la aristocracia de la sangre y la del escritorio, el devocionario y el libro mayor, la espada y la pesa, la coraza y el mandil.

Yo le decía que no se casara, que me esperara. , te esperaré contestaba ella fríamente. Supe que no era yo el único que hablaba con Dolorcitas por la reja y que un joven guardia marina iba muchas noches a charlar con ella.

Nos quedábamos de sobremesa doña Hortensia, Dolorcitas y yo. Dolorcitas y yo jugábamos como chicos, recorríamos la casa, subíamos a la azotea, íbamos al miramar. La señora Presentación, una vieja muy graciosa y gesticuladora, a quien yo no entendía nada de cuanto hablaba, solía venir a avisar a la señorita Dolores, que alguna de sus amigas acababa de llegar.

El periódico traía al principio una narración que se llamaba: «El duelo de Shanti Andía», y contaba mis amores con Dolorcitas en Cádiz y mi desafío con el marido, todo arreglado de tal manera, dicho con tal perfidia, que yo aparecía como un miserable completo. El artículo me produjo una cólera profunda y determiné insultar y abofetear a Machín la primera vez que lo encontrara.

Solamente me dirigió una frase, y ésta me escoció: Ten cuidado me dijo , porque aquí, en Cádiz, te van a tomar el pelo. Después de almorzar, don Matías y don Ciriaco se retiraron para hablar de negocios, y doña Hortensia y Dolorcitas quisieron enseñarme la casa. Esto halagaba su vanidad. La casa era enorme.

Yo conté lo mejor que pude mi viaje con don Ciriaco. Después vinieron unas cuantas amigas de Dolorcitas. Yo estuve hablando con doña Hortensia, que se mostró muy amable conmigo. A media tarde don Ciriaco me llamó. Vamos, Shanti me dijo. El ama de la casa me advirtió que todos los domingos y días de fiesta estaba invitado a comer allá. Si no iba, preguntarían por y me llevarían a la fuerza.

Luego, más tarde, no se contentaba con el placer de confundirme, sino que le gustaba darme celos. Yo estaba enamorado. ¿Enamorado? Realmente no si estaba enamorado, pero que pensaba en Dolorcitas a todas horas, con una mezcla de angustia y de cólera.

No he podido hablar nunca el castellano rápidamente, y entonces, menos. Además, como buen vasco, he sido siempre un poco irrespetuoso con esa respetable y honesta señora que se llama la Gramática. Las dos chiquillas charlaban haciendo monerías y gestos expresivos. Dolorcitas, a pesar de ser hija de vascongados, era tan aguda y tan redicha como una gaditana.