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Recorríamos la Siberia, la España, el Sahara, Alaska, Groenlandia, Siria, Siracusa, Macedonia, Tierra del Fuego, Holanda, Antioquía... Y mares, bosques, hielos, estepas, montañas, desiertos, pampas... También atravesábamos tierras sumergidas, Lemuria, Atlántida, Sudlandia, Cracatoa... Y asimismo ciudades subterráneas, en Nicomedia, en Babilonia, Pompeya, Herculano.

Nos quedábamos de sobremesa doña Hortensia, Dolorcitas y yo. Dolorcitas y yo jugábamos como chicos, recorríamos la casa, subíamos a la azotea, íbamos al miramar. La señora Presentación, una vieja muy graciosa y gesticuladora, a quien yo no entendía nada de cuanto hablaba, solía venir a avisar a la señorita Dolores, que alguna de sus amigas acababa de llegar.

Cuando dimos vista á ambas ciudades, cuando recorríamos aquellas sucias, estrechas y terrizas callejas, cuando penetramos en algunas de sus casas, á cada paso, á cada momento nos afirmábamos más y más en que lo mismo que aquellas ciudades, debió ser la nuestra, hasta que el renacimiento italiano comenzó á ejercer su influencia en la Península.

Nada más hay que contar, salvo que, debido al descubrimiento de la casa, obtuvo la clave del secreto; a lo menos, eso es lo que yo le he entendido siempre que ha hablado de esto contestó. ¡Ah! recuerdo bien aquellas interminables y cansadoras caminatas cuando niña; cómo recorríamos esos largos, blancos e inacabables caminos, con sol y con lluvia, envidiando a la gente que iba en coches y en carros, a hombres y mujeres que andaban en bicicletas, y, sin embargo, mi valor se sostenía siempre con las palabras de aliento de mi padre y su declaración de que algún día habíamos de poseer una gran fortuna.

Ni siquiera tuve el consuelo de hablar con el padre vicario, cuya conversación me es tan grata, ni de encerrarme dentro de mismo y fantasear y soñar, ni de admirar a mis solas la belleza del terreno que recorríamos. Doña Casilda es de una locuacidad abominable, y tuvimos que oírla.

Exaltada nuestra imaginacion con estos recuerdos, cuando recorriamos aquella fragosa y pintoresca Sierra de Córdoba, que hoy siguen santificando con su vida ejemplar los humildes hijos del Yermo; al señalarnos con el dedo nuestro complaciente guia alguno de los lugares matizados de ruinas donde la piadosa tradicion ve los devastados solares de los antiguos monasterios benedictinos, creimos muchas veces percibir el ténue tañido de una modesta campanita entre el blando susurro de las auras y de los arroyuelos, con que lloran hoy su soledad aquellas montañas que casi nos atreveríamos á llamar sagradas.

Cuántas veces en los días festivos, solíamos atravesar el río Hudson e internarnos en las hermosas arboledas de las Palisades o recorríamos las avenidas del Parque Central, y allí transcurrían insensiblemente las horas, bajo la influencia de su palabra sana y amena que hacía olvidar el bullicio de la metrópoli.