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Luego, más tarde, no se contentaba con el placer de confundirme, sino que le gustaba darme celos. Yo estaba enamorado. ¿Enamorado? Realmente no si estaba enamorado, pero que pensaba en Dolorcitas a todas horas, con una mezcla de angustia y de cólera.

Hasta bien pasada la media noche no empezaron los amagos del sueño a confundirme y amontonarme estos pensamientos y aquellas imágenes en la cabeza; y entonces fue, precisamente, cuando unos golpes dados en el suelo del cuarto de mi tío. Solía él llamar así con un palo que le ponían arrimado a la cabecera de la cama.

Este ruido de invisibles montañas que ruedan por los espacios, chocándose y redondeándose como los guijos que arrastra un río; estas lenguazas de fuego que lamen el cielo y llegan a tocar el mar con sus afiladas puntas; este cielo que se revuelca desesperado; este mar que anhela ser cielo, abandonando su lecho eterno para volar; este hálito que nos arrastra, esta confusión armoniosa, esta música, amigo, y ritmo sublime que lo llena todo, encontrando eco en nuestra alma, me extasían, me cautivan, y con fuerza irresistible me arrastran a confundirme con lo que veo... Esta alteración se repite en mi alma; esta rabia y desesperado anhelo de salir de su centro, propiedad es también de mi alma; este rumor, donde caben todos los rumores de cielo y tierra, ha tiempo que también ensordece mi alma; este delirio es mi delirio, y este afán con que vuelan nubes y olas hacia un punto a que no llegan nunca, es mi propio afán.

Llegó el caso de prohibirle que hiciese por solo ningún medicamento de cuidado. «¡Carambita!, hijo, si da usted en confundirme los alcoholatos con las tinturas alcohólicas, apaga y vámonos. Este frasco es el alcohol de coclearia, y este otro la tintura de acónito... Vea usted la receta y fíjese bien... Si seguimos así, lo mejor sería que doña Casta cerrase el establecimiento».

Un sentimiento de abnegación se alza de las profundidades de mi ser, y me llama a , y me dice que todo mi ser debe darse y perderse por el objeto amado. Ansío confundirme en una de sus miradas; diluir y evaporar toda mi esencia en el rayo de luz que sale de sus ojos; quedarme muerto mirándola, aunque me condene. Lo que es aún eficaz en contra el amor, no es el temor, sino el amor mismo.

Después de combinado este plan, le refirió a Hales muchos hechos ciertos sobre la vida de mi padre en el mar, con el fin de confundirme y engañarme mejor, pero agregó esa acusación falsa que yo, al verla corroborada por él, tuve la desgracia de creer, es decir, que mi padre había cometido un asesinato para obtener ese pequeño paquete de cartas con el secreto cifrado.

Después quise descender más; confundirme con la plebe, conocer las torpezas alcohólicas de la taberna; y muchas veces, vestido de blusa, con la gorra echada hacia atrás, del brazo de «Mes-Bottes o Bibi-la-Gaillarde», entre un tropel de borrachos, fuí tambaleándome por los «boulevares» exteriores, cantando con voz ronca: «¡Allons, enfants de la patrie-e-e!... Le jour de gloire est arrivé-e-e...»

Era un amor humano: el amor del hombre hacia la mujer: una atracción incontrastable me arrastraba en mi pensamiento a confundirme con ella: parecíame sentirla engrandeciendo mi ser, absorbiéndose enteramente su cuerpo y su alma, respirando en su aliento, latiendo en su corazón, viviendo en su vida... ¡Oh!