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Podía perdonarle que su boca fuese una regadera cuando hablaba, y la medida anormal de esta boca, y otros defectos corporales; pero, francamente, que pretendiese estorbar el matrimonio de su niña, que un rasca-tripas como él tratase de competir con aquel claro fanal de todas las virtudes, con aquel lirio fragante que la Providencia iba a darle por yerno, para esto no había perdón ni en la tierra ni en el cielo.

La asfixia le hacía abrir, con temblores de angustia, su andrajoso corpiño, mostrando un pecho de muchacho tísico, de una blancura de papel mascado, sin más señales del sexo que dos granos morenos hundidos entre las costillas. Respiraba moviendo la cabeza a un lado y a otro, como si pretendiese absorber todo el aire.

Pero el príncipe, con los ojos y el gesto, dió á entender lo poco que le interesaban estas confidencias. Era inútil que pretendiese desviar la conversación. Miguel insistía en su demanda, ofendido por la negativa de Alicia. Tal vez con otro hombre se habría mostrado más clemente.

Durante unos cuantos meses, mientras estuvo reciente la viudez, se contuvo por buena educación, por buen gusto, pero luego usó con ella su lenguaje habitual, diciendo cuanto quería descaradamente, provocando su risa, como si a fuerza de bromas pretendiese distraerla y alegrarla.

¡Y yo que le tenía á usted por un amigo seguro!... ¡Mal sujeto! ¡Querer arrebatar á una mujer el apoyo de su esposo, dejándola sola!... Al hablar miraba fijamente los ojos del español, como si pretendiese contemplarse en ellos. Pero debió ver tales cosas en estas pupilas, que su voz se hizo más suave, y hasta acabó por fingir un mohín infantil de disgusto, amenazando al hombre con un dedo.

El muchacho avanzaba su cabeza de pequeño moro, como si pretendiese introducirla por el cristal. Fluxas... ¡Pare, fluxas! exclamaba con la sorpresa del que encuentra un amigo inesperado, señalando a su padre unos pistolones Lefaucheux.

Al mismo tiempo, y refiriéndose a Dolorcitas, dijo que ésta se casaría con un hombre de su posición, indicándome de pasada que no pretendiese poner los ojos demasiado alto. Para el señor Cepeda, como para todos los comerciantes de puerto, había, sin duda, la aristocracia de la sangre y la del escritorio, el devocionario y el libro mayor, la espada y la pesa, la coraza y el mandil.

Asomado al bolsillo del gigante, se consideraba tan enorme como éste, viendo empequeñecidos á todos sus adversarios. Siempre que el Hombre-Montaña pasaba junto á un edificio público, él escupía desde la altura, como si pretendiese con esto consumar su destrucción. Varias veces rió viendo moverse abajo, como despreciables insectos, á los que estaban encargados de perseguirle.

Y sin embargo, no miraba al joven. Y sin embargo, se mantenía duramente reservada. Atravesó el aposento rápidamente, y al llegar á una puerta, como pretendiese pasar don Juan, le dijo: Esperad un momento, señor. El joven respetó la voluntad de doña Clara, y se detuvo. La puerta se cerró.

No tuve en 1868 tiempo para estudiar detenidamente las condiciones de la sociedad inglesa, ni aún de Lóndres siquiera, y si pretendiese pasar por conocedor, cien libros me servirían para ostentar el barniz del viajero erudito. Pero mi propósito es describir mis propias impresiones, no las ajenas, y por tanto mis pequeños cuadros solo pueden abarcar algunos pormenores.