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En los grandes hoteles, en los numerosos y espléndidos cafés, en los teatros, las iglesias, las plazas y todos los monumentos hay un lujo de pavimentos que admira. El café de «Apolo», uno de los mas bellos y originales que he conocido, divierte y llama la atención al viajero, y da una idea del carácter ardiente, cordial, voluptuoso y expansivo de la población gaditana.

Y como sobre este punto no estuviese de acuerdo Teletusa, la ninfa gaditana no quería callarse y asentir con su silencio, sino que tomaba la palabra y decía de esta manera: No he de negar yo lo muy ingeniosas que son las invenciones de nuestra edad: el empleo de la pólvora, en arcabuces, bombardas, culebrinas y falconetes; la brújula y la imprenta; los instrumentos del famoso estrellero y geómetra portugués Pedro Núñez, y el hallazgo y la observación de nuevos astros en el cielo, y en la tierra de nuevos continentes, islas y mares.

La graciosa morenita, que ríe a carcajadas y se zarandea y se mueve come si estuviera hecha de rabillos de lagartijas, es la muy ponderada ninfa gaditana, conocida ya en gran parte del mundo, con el extraño apodo que su compañera le ha dado.

En cada elegante gaditana creia ver una hija de Cartagena: el acento, los modales, la soltura, el garbo lleno de gentileza y dengue, el ojo negro y dulce, la sonrisa de adorable coquetería, la tez de un moreno suave y pálido, el andar mesurado y señoril, la amabilidad y la franqueza insinuante, y un no qué de voluptuoso en el vestir, en las formas delicadas pero expresivas y en el juego del inevitable abanico, todo contribuia á producirme una ilusion que me hizo pensar en la patria.

Con lo cual éstos corrían detrás del cortejo dando chillidos penetrantes y poniendo en conmoción al vecindario. Salieron al fin de la ciudad por la famosa puerta, siguieron buen trecho la angosta lengua que la une á la tierra y pararon delante de una de las más nombradas tiendas de vinos en que la juventud gaditana acostumbra á solazarse.

No he podido hablar nunca el castellano rápidamente, y entonces, menos. Además, como buen vasco, he sido siempre un poco irrespetuoso con esa respetable y honesta señora que se llama la Gramática. Las dos chiquillas charlaban haciendo monerías y gestos expresivos. Dolorcitas, a pesar de ser hija de vascongados, era tan aguda y tan redicha como una gaditana.

Al siguiente día le hallaron en el mismo paraje, tendido boca abajo; había perdido el habla y estaba cubierto de contusiones. Esto le valió la bandera. Algunos dijeron entonces que el miedo no le había dejado menearse; otros, que se había agazapado bajo la cureña de una culebrina; pero ahora los nuevos soldados le miraban como a un héroe, y toda la población como a una gloria gaditana.

Es inaudito el número de mujeres desgraciadas en ese género de establecimientos de corrupción, y de expertas en la infamia que especulan con la dirección de esas casas, que son la ignominia de las sociedades europeas. Contáronme cosas qué me aterraron, y anécdotas respecto de personas de la alta sociedad que, al ser ciertas, darían una idea muy triste de la moralidad gaditana.

Pero todavía, por encima del ruido de las ruedas y las campanillas, se oía vociferar al carpintero: ¿Álcali volátil á ? ¡Granuja! Vamos á ver, ¿estoy yo borracho? ¿Hablo cosas formales? ¿He faltado á alguno?... ¿ alternar ó no alternar? Noche gaditana. Cuando entraron en Cádiz sonaba la una. La hermosa ciudad dormía sobre el mar, como una odalisca en brazos de su déspota.

La llamaban Rafaela, y por sus altas prendas y rarísimas cualidades la apellidaban la Generosa. Rafaela apenas tenía entonces veinte abriles. Era gaditana, y hubiera podido decirse que se había traído a Lisboa todo el salero, la gracia y el garabato de Andalucía. Yo la vi por vez primera, decía el Vizconde, en aquella plaza de toros.