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Habíanla alcanzado el devocionario entreabierto. La miniatura representaba a Nuestro Señor subiendo en los aires, con blanco estandarte en la diestra, mientras los guardas caían despavoridos en torno del sepulcro. Leyó con infantil dificultad la epístola de San Pablo a los colosios, siguiendo la línea con el índice.

¿Quiere usted que sea hoy mismo? ¿Después de haber recibido al Señor?... Bien: porque usted lo dice. Será un nuevo sacrificio. Callaron un instante el confesor y la penitenta. Doña Cristina volvió la cabeza, como si descansase antes de entrar en la segunda parte de su confesión; y al ver tan próxima á Pepita, fijos en el devocionario sus ojos cándidos, se pegó más á la rejilla.

En esta salita daba paseos furiosos con las manos en los bolsillos, mirando con precaución a cada momento por los visillos de la única ventana que tenía. Hasta las nueve no acudió la dama. La vio llegar con la mantilla echada por los ojos, el devocionario en la mano y el rosario colgado de la muñeca, con el paso firme y sosegado, como si viniese a dar algunos encargos a su antigua protegida.

Pasaban solas las mujeres por el centro del arroyo, el devocionario en la mano, la mantilla caída sobre los ojos y la falda agarrada y bien ceñida, de modo que al andar se marcasen los tesoros dorsales, su esbeltez maciza de hembras fuertes y, bien proporcionadas. Aresti fijábase en la separación del hombre y la mujer que se notaba en las calles. Bilbao no cambiaba: cada sexo por su sitio.

Pepita no oyó más: su madre pegó la cabeza á la rejilla, ahogándose las palabras de la penitenta y el confesor en un confuso murmullo. La joven, sentada sobre los talones, sintiendo de la dura carne juvenil la incrustación de los tacones de sus botas, leía en su devocionario automáticamente, mientras pensaba lo que diría al confesor.

«Pues estamos en el principio de la conversación» pensó Currita, sin comprender del todo aquellas místicas sutilezas; y dando vueltas entre sus manos a un precioso devocionario que había traído de intento para demostrar su piedad al padre, dijo modestamente: ¿Y qué cree usted entonces que debe de hacerse?...

Recalde, que forcejeaba para abrir la escotilla de popa, llegó a conseguirlo y desapareció por ella. ¿Se puede andar por ahí? le preguntamos. , hay agua; pero se puede andar. Bajamos los tres y registramos el camarote principal, la despensa y la bodega, anegados. No encontramos nada; solamente Zelayeta halló un devocionario en francés, impreso en Quimper, que se lo guardó.

Pepe puso a su amigo al corriente de todo, explicándole cómo Tirso había logrado que doña Manuela y Leocadia fueran a misa, que recitaran con él las oraciones a la hora de comer, la compra del devocionario y el hallazgo del librito, sin omitir el piadoso espíritu que avaloraba sus páginas, y terminó preguntando con acento irritado: ¿Qué te parece?

Iba a misa, como lo demostraba el devocionario con tapas de nácar que llevara en la mano... Su marido no debía extrañar que tardase algo, pues iba a ver a la de Cucúrbitas que estaba en peligro de muerte. « que le daban hoy los Sacramentos» dijo Bringas con verdadera pena.

Y más adelante leía Ana con los ojos clavados en su devocionario: Dominus dixit ad me: Filius meus es tu, ego hodie genui te.