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Yo no recuerdo haber pasado en pueblo alguno por calle que tenga tanto carácter de autenticidad secular; donde tan íntegros é intactos se vean los antiguos usos y costumbres; donde tan viva y patente se toque la España de la Edad Media, no ya representada por mudos monumentos ni aislados edificios, sino por las tiendas y por los talleres que siguen abiertos al público; por las mercancías que en ellos se venden ó se elaboran; por la disposición de sus escaparates, mostradores y armarios; por las industrias allí fehacientes; por todas las casas, sin excepción alguna, desde las de aspecto señorial hasta las más humildes y vulgares; por sus vidrieras, visillos, cortinas, esteras y zarzos; por los muebles en activo servicio que se columbran en algunas salas bajas; por el color, el empedrado y hasta los transeuntes de la misma calle; por todo, en fin, lo que es su estado presente, su movimiento actual, su existencia social de hoy.....

no sabes lo que significa para esta lucha continua... A veces lo veo cuando ronda mi casa; lo contemplo oculta detrás de los visillos de una ventana, y me dan ganas de llorar. ¡Parece tan triste!... Me acuerdo de mi hijo, que también vivió solo, más abandonado aún que él, que tal vez se interesó por alguna mujer, ansiando muchas cosas sin llegar á poseerlas, y siento deseos de llamarle, de gritar: «Ya que eso es tu ilusión, niño mío, el último anhelo de tu vida, ¡toma!... ¡toma, y felizPero pienso en su salud, pienso en otras muchas cosas, y contengo mis impulsos, y lloro, dejándole que vague en torno de mi casa creyéndose olvidado, cuando le recuerdo á todas horas. ¡Ay! ¡Que Dios me fuerzas! ¡Que no pierda la calma, y pueda resistir á mi bondad absurda!... Algunas veces lo dudo.

Hízolo así al cabo, rasgando el sobre por completo, y a la duda sucedió entonces en él la sorpresa y el azoramiento; encontróse con un pliego en blanco, de papel muy recio, doblado por la mitad en dos partes: en la superior destacábase, cuidadosamente pegado con goma, un gran sello de lacre verde, del diámetro de medio duro... Al pronto no distinguió bien Jacobo lo que era aquello; llegaba la luz muy debilitada, filtrándose por los visillos del balcón y la gran cortina de tul bordado, en una sola pieza, que arrancando de los lambrequines de damasco amarillo llegaba hasta el suelo barriendo la alfombra.

No habrían transcurrido cinco minutos cuando Barbacana, que por detrás de los visillos registraba el teatro del combate, sonrió silenciosamente, o más bien regañó los labios, descubriendo la amarilla dentadura, y apretó con nerviosa violencia la barandilla de la ventana.

Espiando por detrás de los visillos aquella florida juventud, ávida de los goces estéticos, vio pasar a Granate correctamente vestido, balanceando su torso colosal sobre unas piernas que no lo merecían. Le vieron entrar en casa de Estrada-Rosa y hasta oyeron el ruido del picaporte. Nada más. Inmediatamente se abrieron de par en par los balcones del café y se llenaron.

La alfombra, clara; sobre una mesita, una lámpara preparada, y como adorno, muchas flores. No había reloj, para indicar que quien lo dirigió todo no quería tasado el tiempo. Por precaución tenía la estancia puertas francas a escaleras distintas, y en los balcones visillos muy tupidos.

La gran casa solariega de los Montesinos se pudría, se derrumbaba, sin que su dueño intentase en ella la menor reforma, sin que lo advirtiese siquiera. En el piso segundo el criado le condujo al través de varias salas destartaladas y lóbregas, abrió al fin una puerta de cristales con visillos sucios, después de echar una mirada por el interior, dijo: No está aquí. Habrá subido a la biblioteca.

Los visillos de la vidriera, en un tiempo blancos, tenían hoy color de ceniza húmeda, y en sus pliegues eran visibles los estragos de la polilla. Frontero a la ventana, encima de una mesa, entre dos jarrones de porcelana, un reloj de cristal, una lira, con la esfera de cobre dorado y las cifras esmaltadas de azul, bajo roto fanal cuyas partes estaban cogidas con lañas de papel.

Si aplicara el oído a la pared, oiría quizás claramente; pero no se atrevió a aplicarlo. Por la ventana del comedor que daba a un patio medianero, veíase otra ventana igual con visillos en los cristales. Allí lucía una lámpara con pantalla verde, y alrededor de ella pasaban bultos, sombras, borrosas imágenes de personas, cuyas caras no se podían distinguir.

A pesar de ello, miró discretamente varias veces hacia los visillos medio levantados, tras cuya muselina se dibujaba la figura de la viuda, entretenida en hacer labor. Acaso aquellas miradas fuesen estériles, mas también podían dar resultado; porque hay galanterías, homenajes y aun simples demostraciones de agrado, que son como letras de cambio a muchos días vista.