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Habíanla encerrado; tuviéronla a pan y agua una porción de días; quitáronla de trabajar en la fábrica y no la dejaban salir ni a misa. Nada; ella todo lo sufría con gusto por su Joaquín. Cuando ya me creían medio muerta de hambre y congoja, me ponía a cantá con la mayor desvergüensa: Me han quitao de ir a misa, me han quitao el confesá, me han quitao de ir a verte. ¡Qué más me pueen quitá!

Ya se podía pensar en beber. ¿Pero dónde? Después del avance de nuestras tropas, que no ocuparon enteramente las posiciones francesas por ofrecer esto algún peligro, los soldados del regimiento de Órdenes divisaron una noria, en el momento en que los franceses, que durante la acción habíanla ocupado, se hallaban en el caso de abandonarla.

Mas para la función que se celebraba habíanla adornado cuanto les fue posible. Guirnaldas de flores circundaban los altares principales cubiertos de paños blancos planchados de fresco.

Habíanla dejado a ella sola aquella tarde, y por eso venía a buscar una companera agradable, un ángel de la guarda que la ayudase a tender la caña. ¿Qué corazón compasivo resiste a un anzuelo semejante?...

Pero aquello de haber soltado la Inquisición tan presto al maleante rapista, y lo que el asendereado familiar había dicho de que en aquello debía de haber habido mucha mano, y lo del apercibimiento, y la reprensión, habíanla puesto muy en cuidado y en la necesidad de averiguar acerca de esto lo más que pudiese.

Siete años duró el matrimonio, y su único fruto fue Juanito, a quien pusieron tal nombre por apadrinarle el hermano de Manolita, o más bien, doña Manuela, pues el estado de maternidad, ensanchando sus macizas carnes de matrona, habíanla dado un aspecto respetable y majestuoso. Aquel marido aceptado en un arrebato de ira, no llegó a inspirarla amor mereció la tierna simpatía del agradecimiento.

Acostumbrados a ver durante tanto tiempo cerrada la puerta del molino, las paredes y la plataforma invadidas por la hierba, creían ya extinguida la raza de los molineros, y encontrando buena la plaza, habíanla convertido en una especie de cuartel general, un centro de operaciones estratégicas, el molino de Jemmapes de los conejos.

Habíanla alcanzado el devocionario entreabierto. La miniatura representaba a Nuestro Señor subiendo en los aires, con blanco estandarte en la diestra, mientras los guardas caían despavoridos en torno del sepulcro. Leyó con infantil dificultad la epístola de San Pablo a los colosios, siguiendo la línea con el índice.

Opulento, y por tanto no faltándole amigos, disfrutando salud, siendo buen mozo, prudente y moderado, con pecho ingenuo, y elevado ánimo, creyó que podia aspirar á ser feliz. Estaba apalabrado su matrimonio con Semira, que por su hermosura, su dote, y su cuna, era el mejor casamiento de Babilonia. Profesábale Zadig un sincero y virtuoso cariño, y Semira le amaba con pasion. Rayaba ya el venturoso dia que á enlazarlos iba, quando paseándose ámbos amantes fuera de las puertas de Babilonia, baxo unas palmas que daban sombra á las riberas del Eufrates, viéron acercarse unos hombres armados con alfanges y flechas. Eran estos unos sayones del mancebo Orcan, sobrino de un ministro, y en calidad de tal los aduladores de su tio le habian persuadido á que podia hacer quanto se le antojase. Ninguna de las prendas y virtudes de Zadig poseía; pero creído que se le aventajaba mucho, estaba desesperado por no ser el preferido. Estos zelos, meros hijos de su vanidad, le hiciéron creer que estaba enamorado de Semira, y quiso robarla. Habíanla cogido los robadores, y con el arrebato de su violencia la habian herido, vertiendo la sangre de una persona que con su presencia los tigres del monte Imao habria amansado. Traspasaba Semira el cielo con sus lamentos, gritando: ¡Querido esposo, que me llevan de aquel á quien adoro! No la movia el peligro en que se veía, que solo en su caro Zadig pensaba. Defendíala este con todo el denuedo del amor y la valentía, y con ayuda de solos dos esclavos ahuyentó á los robadores, y se traxo á Semira ensangrentada y desmayada, que al abrir los ojos conoció

Decíase que había sido muy desgraciada, y una cierta conformidad en su destino la ligaba con la señora de Maurescamp. Habíanla casado como a ella, con una ligereza culpable, y como ella también llegado, aunque por distinto camino, a ese divorcio convencional, tan frecuente en los matrimonios de la alta sociedad.