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Por esa época, madama de Maurescamp se ligó con una estrecha amistad con madama de Hermany, dos años mayor que ella. La amistad es la tendencia natural de una mujer honesta, que quiere seguir siéndolo, y que siente el vacío de su corazón.

La señora de Maurescamp pasó la mañana del día siguiente arrepentida amargamente del paso que había dado; su alma delicada y solitaria le reprochaba su avance. Si el señor de Lerne no venía, ¡qué mortificación!

Juana, como todo el mundo, había oído hablar de la juventud demasiado ligera de la condesa de Lerne; y comprendió. Hubo un momento de penoso silencio. La señora de Maurescamp dejó violentamente su sillón y avanzando dos pasos tendió la mano al joven. Jacobo se levantó de su asiento, sus ojos se encontraron, estrechó con fuerza la mano que se le tendía, saludó y salió.

Disgustáronse un poco al ver a la señora de Maurescamp sentar a su lado al capitán de cazadores, que era entre los convidados uno de los más jóvenes y de menos consideración; pero se iba al día siguiente y esa circunstancia explicó, en cierto modo, el excesivo honor que se le hacía.

Es inútil decir a nuestros lectores, y sobre todo a nuestras lectoras, que desde aquella tarde, y sin más explicaciones, se estableció una amistad regular y de las más estrechas, entre Juana de Maurescamp y Jacobo de Lerne. Juana entró desde entonces en una nueva faz de su vida, llena de delicias.

Inmediatamente el señor de Maurescamp, con el mismo tono de burla, poníase a dar gritos de condenado y a dar golpes sobre el piano para no oír. Así era como pretendía hacerla perder el gusto por la poesía, sin pensar que arriesgaba más bien disgustarla de la prosa.

Tendrán el honor de volver a las diez y mediaNo tuvo que reflexionar mucho para adivinar de lo que se trataba. Aunque ignoraba las infames palabras de Diana después de su partida, no había escapádosele la irritación de Maurescamp durante el almuerzo, y diose cuenta inmediatamente de la verdad de la situación. Nada tenía que decir a esto.

Los falsos ídolos nos hacen dudar hasta de la misma religión. Esta fue la razón especiosa y muy humana que hizo que la señora de Maurescamp, no quedándole duda de la perversidad de los sentimientos de su amiga, cayese en desalientos tan afligentes como peligrosos.

La señora de Latour-Mesnil tuvo la delicada misión de negociar con el señor de Maurescamp las cláusulas y condiciones de una existencia temporaria, y arreglada a las circunstancias.

Hacía tiempo que había echado los ojos para tan laudable destino, sobre Juana de Maurescamp, cuyo desastre conyugal no había escapado a su vieja experiencia. Sin entrar al respecto con su hijo en explicaciones malsanas, trató siempre que pudo de ponerle ante sus ojos a aquella seductora criatura, sin descuidar ninguna ocasión de revelar sus bellas cualidades.