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-Estraño caso es éste -dijo Sancho- destos negociantes. ¿Es posible que sean tan necios, que no echen de ver que semejantes horas como éstas no son en las que han de venir a negociar? ¿Por ventura los que gobernamos, los que somos jueces, no somos hombres de carne y de hueso, y que es menester que nos dejen descansar el tiempo que la necesidad pide, sino que quieren que seamos hechos de piedra marmol?

El sabía bien que a los que saben negociar en política, esta buena madre les devuelve el préstamo con capital e intereses compuestos; y como para él lo mismo eran los nacionalistas y los autonomistas, los porteños y los provincianos, los federales y los unitarios, con todos promiscuaba, porque en la viña del Señor tanto valía para él ser judío como cristiano.

Llamada a conferenciar con el presidente del Círculo la «persona de buen gusto», que nunca falta en los pueblos para dirigir las solemnidades, entró al punto en el desempeño de sus funciones, y se dio tal maña, que en breve pudo negociar un empréstito de candeleros de plata, centros de mesa, vajilla fina, mantelería adamascada y nueva, palilleros caprichosos y pureras sorprendentes.

Tambien pidió que se les vedase ir á negociar al catablo: voz, segun Ambrosio de Morales, de orígen griego, i que por cierto rodeo quiere significar el puerto en el idioma castellano.

No tuvo tanto cuidado el jeque de inviarnos los que se iban á él de nuestro campo á tornar moros, que fueron tres ó cuatro mozuelos mal informados. No solamente no los inviaba, pero teníaselos en su casa públicamente, que los viesen todos los cristianos que iban á negociar con él. Dende á dos días tornaron á tocar arma á las compañías questaban de guardia fuera del campo, sin haber otra cosa más.

Negociante necio, negociante mentecato, no te apresures; espera sazón y coyuntura para negociar: no vengas a la hora del comer ni a la del dormir, que los jueces son de carne y de hueso y han de dar a la naturaleza lo que naturalmente les pide, si no es yo, que no le doy de comer a la mía, merced al señor doctor Pedro Recio Tirteafuera, que está delante, que quiere que muera de hambre, y afirma que esta muerte es vida, que así se la Dios a él y a todos los de su ralea: digo, a la de los malos médicos, que la de los buenos, palmas y lauros merecen.

Si la premura era grande, hacía descolgar un tapiz, negociar una joya o pagar ciertos gastos con las piezas de su innumerable vajilla, cuyos platos, fundidos en las minas de América, hacían fácilmente las veces de monedas enormes. El era, sin embargo, harto sobrio.

-De modo -dijo Sancho- que si vuestra mujer no se hubiera muerto, o la hubieran muerto, vos no fuérades agora viudo. -No, señor, en ninguna manera -respondió el labrador. ¡Medrados estamos! -replicó Sancho-. Adelante, hermano, que es hora de dormir más que de negociar.

Podía ir comprando papel a medida que le fueran remitiendo fondos; pero ¿y si se cubría el empréstito el primer día? ¡Adiós título nobiliario entonces!... No le quedaba otro remedio que hacer dinero a todo trance; y lo más sencillo le pareció girar a cargo de su casa las cantidades, y a las fechas marcadas por su apoderado, y negociar las letras en la Bolsa. Y así lo hizo.

Pero Dios, protector en aquel día de la España oprimida y saqueada, permitió que Vedel llegase cuando estaba convenida ya la tregua y se había principiado a negociar la capitulación.