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Medrano, después de sentarse a la sombra de algún árbol, quedábase mudo un instante, sin otro movimiento en toda su figura que la roja pluma del sombrero que el céfiro agitaba. Pero poco después, incitado por la vista del valle, cuya extensa claridad le recordaba la mar luminosa y tranquila, poníase a referir la captura de poderosos bajeles o algún audaz desembarco en las costas de Levante.

El Conde sólo iba a verla de tarde en tarde. En ocasiones, pasaba media hora, por la noche, en su compañía; pero poníase de pie para despedirse, apenas daban las doce. Entonces, sin dirigirle un solo reproche, se limitaba Judit a preguntarle con voz dulce y temblorosa: ¿Cuándo volveré a verle? Ya se lo diré mañana, de lejos, en la Opera.

Así anduvo nuestro buen hombre por los años de 1720 y 24 y era muy frecuente encontrarlo por la mañana y tarde, ya en el monte del Baratillo, bien junto á una puerta, ó bien en medio de una plazuela rodeado de muchachos á los cuales daba enseñanza, y tan de la confianza de algunos fué haciéndose Toribio con paciencia y dulzura, que las horas en que tenía costumbre de dar su lección, poníase en el extremo de una calle ó plazoleta y allí sacaba de debajo de su capa raída y sucia una campanilla que agitaba con fuerza, y á su toque se veían de distintas partes acudir á los niños, que más de una vez dejaban instintivamente el juego para rodear al pobre montañés y escuchar sus toscas palabras.

Vibrantes sus nervios por el entusiasmo, poníase de pie y paseaba por la habitación, pisoteando los papeles esparcidos por el suelo. ¡Ah, cómo le envidio a usted, Gabriel, que ha corrido mundo y ha oído tan buenas cosas!

Algunas veces, aburrido de su silencio, llamaba al capataz que iba de una colina a otra vigilando el trabajo. El señor Fermín poníase en cuclillas ante él, y hablaban de la huelga, de las noticias que llegaban de Jerez. El capataz no ocultaba su pesimismo. La resistencia de los trabajadores era cada vez mayor.

Aquel amor, tan nuevo para él, causábale una exaltación sombría y huraña, con lo que parecía divertirse la señora de Maurescamp. El señor de Maurescamp continuaba no viendo nada. Sin embargo, por una u otra razón, parecía preocupado, menos expansivo, menos bullicioso y preponderante que de costumbre, y hasta triste. Su fisonomía encendida, poníase pálida y desencajada.

Al ver a Maltrana sumido a todas horas en el estudio, sentía cierto miedo por la suerte de su alma. Poníase entonces la mantilla, y con traje negro y el rosario en la muñeca, entraba en el cuarto del estudiante. Isidrín, hijo mío, te vas a matar estudiando tanto... Acompáñame. Se lo llevaba a misa o a la novena, a los templos donde se anunciaban sermones de predicadores de cartel.

Por ella supo Ramiro que los lacayos de Gonzalo de San Vicente hablaban a menudo con doña Alvarez; y que Pedro, el hermano menor, apenas se embriagaba en alguna taberna, poníase a gritar, dando puñetazos sobre las mesas, que así que Gonzalo llegara a casarse con la hija de don Alonso, él les daría, a uno y otro, de puñaladas, la misma noche de la boda.

Inmediatamente el señor de Maurescamp, con el mismo tono de burla, poníase a dar gritos de condenado y a dar golpes sobre el piano para no oír. Así era como pretendía hacerla perder el gusto por la poesía, sin pensar que arriesgaba más bien disgustarla de la prosa.

Verdad es que el muchacho, con su instinto y buen ingenio, había descubierto un medio habilísimo para atacar la severidad materna; y era que cuando su ayo o la Condesa no le hacían el gusto en alguna cosa, poníase los puños en los ojos, comenzaba a regar con pueriles lágrimas los veinte años de su cuerpo, y exclamaba: «Señora madre, yo me quiero meter fraileEstas palabras, esta resolución del muchachuelo, que de ser llevada adelante troncharía implacablemente el frondoso árbol mayorazguil, difundía el pánico por todos los ámbitos de la casa.