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Si fuesen verdad continuó Madariaga implacablemente todas esas macanas de títulos, sables y uniformes, ¿por qué has venido aquí? ¿Qué diablos has hecho en tu tierra para tener que marcharte?

En la ternura formada por sacrificios, abnegación, consagración, en el amor serio, en fin, él no creía. Y, sin embargo, todos los sentimientos que en otro tiempo habría calificado implacablemente de sensiblería, hacían presa en él ahora.

El doctor Le Bris había cambiado de enfermo y se dedicaba a curar el cerebro de su amigo y a desarraigar las ilusiones obstinadas que el conde guardaba sobre su amante. Desató implacablemente la tupida venda que el pobre hombre se había dejado colocar sobre los ojos. Le contó detalladamente todo lo que sabía del pasado de aquella mujer; le hizo ver que era ambiciosa, avariciosa, ladina y malvada.

Recordó todas sus pasadas inconsecuencias, la perversidad con que le había retenido, en los primeros tiempos, la inexplicable ternura de las cartas que le escribía para luego mostrarse ante él fría, implacablemente fría; recordó también la escena con Castilla y la extraña presencia de Julio en casa de Charito.

En condición semejante, aunque la voz del orador tronaba implacablemente, los oídos de Ester nada percibían. Durante la última parte del discurso la niña llenó el aire con sus gritos y sus quejidos; la madre trató de acallarla, mecánicamente, sin que le afectara, al parecer, el desasosiego de la criaturita.

Porque los que poseen una buena condición, si bien la persiguen implacablemente en los demás cuando por causa de la posición o edad de estos, teman que lleguen a ser rivales, se complacen, por el contrario, por una especie de prolongación de egoísmo y por una fuerza de atracción que parece incontrastable y de naturaleza divina, en reconocer y proclamar en otros la condición que ellos mismos poseen, cuando no puede llegar a estorbarles.

Pero en estas entrevistas tropezaba siempre con la frialdad, cortés en apariencia, pero implacablemente hostil de la señora, que así como avanzaba en edad, adquiría fama en Bilbao por sus entusiasmos religiosos. La maternidad y los años, la hacían retirarse de la ostentación elegante, abdicar de la supremacía que ejercía en las tertulias, con sus trajes y sus joyas.

Encerrándose en su alcoba, bajo llave, se entregaba al empleo de la disciplina en su enfermo cuerpo. Con frecuencia este ministro protestante y puritano se las había aplicado á las espaldas, riéndose amargamente de mismo al mismo tiempo, y fustigándose aun más implacablemente á causa de esta risa amarga.

Ya ves, sin embargo, lo que me cuesta y a lo que nos expone ese instante de debilidad: el reposo de mi hijo y el de Blanca comprometidos acaso para siempre. ¡Pobre niña!... A ella es sobre todo a quien compadezco; la vida le resultará muy difícil. El mundo condena implacablemente en los hijos las faltas de los padres. Es injusto, pero es así.

La Náyade no izó el pabellón imperial hasta después de haber castigado implacablemente al mandarín gobernador y a todos los que se habían reunido alrededor de su persona. A la hora en que le escribimos, señora, ya no existe la ciudad llamada Ky-Tcheou; no queda en su lugar más que un montón de cenizas que podría ser llamado la tumba del comandante Chermidy.