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¡Qué hermosas son esas cabezas de náyade con la cabellera coronada de hojas y flores que los artistas helénicos han burilado en sus medallas y esas estatuas de ninfas que han elevado sobre las columnatas y los templos! ¡Cuán encantadoras son esas imágenes ligeras y vaporosas que Goujon ha sabido, no obstante, fijar para los siglos en el mármol de sus fuentes!

Esto era obrar como buen diplomático, porque, después de todo, ¿qué es la diplomacia? El arte de perdonar las injurias tan pronto como han quedado vengadas. »Gu-Ly y sus cómplices fueron a comer a bordo de la Náyade. Los postres fueron interrumpidos por un incendio magnífico; el navío ardía como una cerilla.

Afortunadamente Grano de Sal nadaba como un salmón; e incluso tuvo la coquetería de prolongar el baño, paseándose alrededor del brick como un tritón o una náyade, a vuestra elección; por fin entró por la porta de popa, diciendo con su acostumbrado estoicismo: «Prefiero eso que haber sido quemado vivo; a pesar de todo, me he divertido de lo lindo

Un día leyó en un diario francés que la Náyade había anclado ante Ky-Tcheou, en el mar del Japón, para pedir reparación del insulto hecho a unos misioneros franceses; Le Bris rompió el periódico para que su lectura no pudiese suscitar la menor conversación sobre la señora Chermidy.

Este rasgo no era muy conforme con la reputación caballeresca de que goza su especie: pero el buen Mervyn, ha vivido mucho entre los hombres y supongo que se ha vuelto un poco filósofo. Cuando quise tomar mi impulso para seguirle, reconocí con enfado que era detenido, á mi turno, por la red de la náyade maligna y celosa, que al parecer reina en estos parajes.

Aquella misma noche se trasladó a las puertas de la prisión con una compañía de desembarco. Vio a dos misioneros que gesticulaban en la ventana, el cónsul los reconoció y todo el mundo quedó satisfecho. »Pero al día siguiente fueron a avisar al cónsul que los misioneros habían sido degollados ocho días antes de la llegada de la Náyade. Más de veinte testigos certificaron el hecho.

El conde, que hasta entonces había permanecido silencioso, preguntó al señor Dandolo: ¿Es reciente la historia de que usted habla? De ahora mismo. Ha llegado en el último correo. ¿No ha oído hablar usted de la Náyade? ¿No ha leído la muerte del comandante Chermidy?

»Señora: Los oficiales y los alumnos embarcados a bordo de la Náyade cumplimos un penoso deber al unir nuestro pesar al dolor bien legítimo que le causará la pérdida del comandante Chermidy.

Quién sabe si en las ondas que desata, resbalando entre juncos y maleza, fugaz arroyo tímido retrata de alguna ondina la gentil cabeza! Quién sabe si, entre flores escondida, en su cristal colúmpiase graciosa náyade bella que al placer convida meciéndose en las limfas voluptuosa!

Como te creería sabia si no has querido dejarlo vagar en sus ensueños en busca de tesoros en el seno de los cielos constelados, por más de que hasta allí subiera con ala intrépida? ¿No has arrancado Diana a su carro, y obligado a las hamadriadas de la selva a buscar un asilo en alguna otra estrella más feliz? ¿No has sacado a la náyade de su ola, al elfo de su pradera verde y a mismo no me has arrebatado mi sueño estival bajo los tamarindos?