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Subiendo por la costa tajada y por el ya obscuro jardín, dejóse oir un primer chillido siniestro, estridente, de ave nocturna. Pero la pajarera de refugio estaba perfectamente cerrada, durmiendo los pajaritos la cabeza bajo el ala. No obstante, quiso asegurarse por misma la señora y vió que no había peligro. Entonces, escapóse un suspiro de lo hondo de su pecho y abrazó fuertemente á su hijo.

Es un macho viejo muy bribón y vivaracho todavía, aun cuando tiene ya señalada la herradura en el pecho y algunas plumas blancas esparcidas por el cuerpo. De joven recibió en un ala un perdigón de plomo, y como esto le ha hecho ser un poco pesado, mira dos veces antes de volar, mide bien el tiempo y sale del apuro. Con frecuencia me llevaba consigo hasta la entrada del bosque.

Los tres pisos de un ala entera habían sido echados abajo para formar una nave de catedral. Lubimoff vió á una mujer alta, enjuta, con las manos largas y transparentes, los ojos agrandados é inquietantes, que avanzaba hacia él. Iba vestida de negro, con mangas sueltas que casi barrían el suelo y un bonete blanco encañonado bajo los tules de luto.

Abd-el-rhaman se propuso satisfacer esta necesidad; no levantó ya un templo para su corte, levantó un segundo santuario para el islamismo, levantó una mezquita que rivalizara con la de la Meca y fuese otro lugar de peregrinacion para todo el que creyese en el nuevo enviado de Alá sobre la tierra.

Todo lo dice un libro inmaculado Para espresar una existencia pura, Y esa misma elocuencia, la natura Manifiesta en el agua y en la flor; Pero si algo deseas, jóven bella, Que en este álbum purísimo te diga, Diré: El cielo tu existir bendiga Bajo el ala azulada del amor.

Se mantienen con los codos apretados para que nadie pueda entrar en su grupo. Recuerdan a los pingüinos del Polo Sur, esos pájaros bobos que sólo pueden vivir ala con ala formando filas en las aristas de las rocas.

Durante el trayecto, Gonzalo se mantuvo alegre y hablador, dando matraca a su cuñada, la cual estaba taciturna en demasía. El joven creía que el recuerdo de la fatal escena que narramos la atormentaba, y hacía vivos esfuerzos por distraerla. La sociedad del Liceo se hallaba establecida en la única ala sana de un viejo convento derruído.

La rubia señora de Hermany, más bella, más misteriosa y más perversa que nunca, vio que el señor de Lerne buscaba a alguien en la multitud y, mirándole fijamente, le dijo breveniente: «Segunda puerta ala izquierda. En el invernáculo, bajo del tercer palmero a la derecha, y decid después que no soy buena...» Jacobo saludó gravemente, y siguió la indicación.

Helas aquí, pues. La señora es bella y joven, morena, con unos ojos negros como el ala del cuervo; gruesa y rosada, con un pie, una cintura y una mano que harían volver loco a un canónigo del Escorial. ¡Infame! te atreves...

Aún resonaba en el aire la fervorosa invocación, cuando un estruendo formidable retumbó en las avanzadas de ambos ejércitos. Las columnas francesas del ala derecha se desplegaron en línea y rompieron el fuego contra nuestra izquierda.