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Atrás se quedaron los Viveros con sus regocijadas bodas; los valses sonaban lejanos, como vagos estremecimientos del aire, y Ernestina seguía infatigable, hablando cada vez más cerca del oído de su esposo. Ella viviría tranquila, sin molestarle, si no existieran los celos. Porque ella se sentía celosa.

«¡Ya lo ves, Linilla! ¡Y así dudas de mi cariño!... Dime: ¿haces bien en eso? ¿Verdad que no? Mira: la señorita Gabriela vale mucho, es muy buena, y a cada rato me habla de , y se queja de que no la quieras.... Estás celosa, , celosa, mal que te pese, y no hay motivo para ello. Por el contrario, debe ser objeto de tu cariño. Esta familia me trata muy bien.

, ; vendré, vendré repetía el estanquero, que ya sentía prisa por marcharse: mas ella, como si quisiese sellar su amoroso contrato de un modo inolvidable, dio un salto de pantera celosa, y arrojándosele al cuello le abrazó, besándole el cerdoso bigote, al mismo tiempo que decía con la voz astutamente entrecortada por la emoción: ¡Quintín, qué felices vamos a ser!

También consultaba á éstos para saber si sería feliz, y sobre todo si la amarían mucho, aunque sin decir nunca quién debía amarla. Otras veces preguntaba al trípode, con una ansiedad de celosa, lo que estaría haciendo á aquellas horas un personaje incógnito cuyo nombre no se atrevía á pronunciar, pero que unos meses era moreno y otros meses rubio. Ella y el velador se entendían.

¿No podía ser que, sin que usted lo supiera, la joven le amara y eso haya hecho que esté secretamente celosa de la Condesa? El interrogado tardó un instante en contestar. No dijo por último. ¿Dónde estaba usted cuando oyó el disparo? En mi cuarto. ¿En su cuarto de dormir? En el escritorio. ¿A qué hora precisa ocurrió el suicidio? A las once y tres cuartos. ¿Qué hizo usted al oír el tiro? Acudí.

Sentose entre las dos Cervantes en el canapé; procuró apagar doña Guiomar con el disimulo el fuego de su celoso cuidado, posó Margarita su mirada en el suelo, y habiéndola rogado la bellísima, enamorada y celosa viuda comenzase el cuento de sus desdichas, ella empezó de esta manera: Mi nombre es Margarita de Ledesma; el lugar de mi cuna la villa de Vitigudino, en Castilla, donde tenían alguna hacienda mía honrados padres.

Aunque en casa de Quiñones se guardaban de hablarse con intimidad, a la celosa valenciana no se le ocultaba lo que entre ellos existía. Sus ojos traspasaban como dos rayos de luz el cerebro de su amante y leían con claridad dentro de él. Luis estaba enamorado de su antigua novia. Las relaciones adúlteras le pesaban en el alma como una losa de piedra.

Y ahora comprenderá V. también la influencia que han de tener ciertos sacudimientos morales en la enfermedad de doña Clotilde; porque, a no me cabe duda, también ella ha de sufrir... ¡y bien castigada está! Clotilde sabe que Julia la desprecia, y al mismo tiempo está celosa de ella. ¡Si Julia quiere, yo la haré feliz! exclamó Ruiloz en un rapto de indignación mezclada de ternura.

La señora que tan celosa se mostraba de la opinión de su casa era doña Leoncia Iturriabeytia, vizcaína, como es fácil conocer por su apellido; patrona de aquel establecimiento, mujer de bien, como de cuarenta años mal contados, de buen aspecto, robustas formas, alta estatura cara redonda y carácter bonachón y más que sencillo. Señora, déjenos usted en paz le contestó Javier.

¡Por eso, anoche...! balbuceó Momoy. ¿Anoche? repitió Sensia entre curiosa y celosa. Momoy no se decidía, pero la cara que le puso Sensia le quitó el miedo. Anoche, mientras cenábamos, hubo un alboroto; la luz se apagó en el comedor del General. Dicen que un desconocido robó lámpara que había regalado Simoun. ¿Un ladron? ¿Uno de la Mano Negra? Isagani se levantó y se puso á pasear.