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¡Encerrarla porque llora!... exclamó la otra que en su timidez no se atrevía a contradecir a la Superiora . El caso merecía examinarse. Para preverlo todo indicó la vizcaína , avisaremos también al médico. ¿Y qué tiene que ver el médico...? En fin, yo no . Quien manda, manda. Pero me parecía... Ello podrá ser cosa física; pero ¿si no lo fuera?

Siguiole un plato de ternera mechada, que Dios maldiga, y a éste otros, y otros y otros; mitad traídos de la fonda, que esto basta para que excusemos hacer su elogio; mitad hechos en casa por la criada de todos los días, por una vizcaína auxiliar tomada al intento para la festividad, y por el ama de la casa, que en semejantes ocasiones debe estar en todo, y por consiguiente suele no estar en nada.

Hice proyectos absurdos de provocarle, que, afortunadamente, no llegué a realizar, y a mediados del mes de julio me quedé sorprendido con la entrada en la bahía de Cádiz de la Bella Vizcaína. Llegaba el momento fatal. Había que embarcarse. Me despedí de mi novia, que me hizo mil promesas de fidelidad y de escribirme, y me fuí a la fragata considerándome un hombre desgraciado.

En estas ocupaciones estaba, mal ceñidas las faldas, sin corsé y descubiertas con negligente desnudez las dos terceras partes de su voluminoso seno, cuando una persona entró en la casa, y acercándose al cuarto de la diosa, dió un par de golpecitos en la puerta. ¿Quién? dijo alarmada la vizcaína. Yo. Por Dios, Carrascosa, no entre usted, que estoy....

Por fin consiguió Carrascosa el objeto de sus afanes; la vizcaína se decidió á echar al poeta con todo su bagaje de Gracos, musas y ninfas clásicas. Pudo mucho en la conciencia de la jamona la opinión del vecindario, que se mostraba cada vez más explícito en cuanto á las supuestas relaciones entre la semidiosa y su cantor.

La señora que tan celosa se mostraba de la opinión de su casa era doña Leoncia Iturriabeytia, vizcaína, como es fácil conocer por su apellido; patrona de aquel establecimiento, mujer de bien, como de cuarenta años mal contados, de buen aspecto, robustas formas, alta estatura cara redonda y carácter bonachón y más que sencillo. Señora, déjenos usted en paz le contestó Javier.

De la escuela de San Fernando saldría piloto primero, después haría un par de viajes y luego don Ciriaco se retiraría, dejándome que le substituyera en el mando de la Bella Vizcaína. El primer sábado del curso, por la tarde, don Ciriaco se presentó en mi casa, en San Fernando, y me dijo: Vente a dormir al barco. Mañana tenemos que ir a Cádiz. Te voy a presentar en casa de Cepeda.

Se me ocurrieron dos cosas: una, la prudente, el ir a ver a don Ciriaco y pedirle consejo; otra, la que más halagaba mi vanidad, escribir diciendo que acudiría a la cita. Me decidí por lo último. Había entre los marineros de la Bella Vizcaína un chico de Cádiz, a quien llamaban el Morito, porque había estado en Tánger y solía llevar con frecuencia un fez rojo en la cabeza.

Al poco tiempo, no satisfecho de la vida del mar ó deseoso de mayor medro, se quedó en Londres, entrando como empleado en una casa vizcaína. Su madre murió de repente. La encontraron tendida de bruces, sobre un surco de aquella tierra gredosa que cultivaba desde la niñez, y que su marido no podía hacerla abandonar.

BACALAO A LA VIZCAÍNA. Cortado el bacalao en trozos regulares, se pone a remojar un día antes de hacerlo, cuidando de cambiar el agua; cuando está desalado se cuece unos minutos y se escurre bien. Cuando está frío se le quitan las espinas y la piel y se fríe. Se fríe cebolla, tomate y pimientos secos, y se mezcla con el bacalao.