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Es una fiesta, un día de escuela, un encuentro, un juguete, un cariño recibido y devuelto, el protagonista de ese inolvidable poema de la memoria; la palabra no lo anima jamás, no se comunica a nadie, porque es tal vez trivial cuando adquiere formas externas; se acaricia la reminiscencia a solas, íntimamente, y ella vuelve y retorna siempre a la mente, porque es como el cimiento de las memorias, el sedimento que han dejado las primeras impresiones de la vida en el espíritu del hombre.

Los lugareños son maliciosos y desconfiados; suelen tener un criterio allá á su manera, y á menudo las cosas más ciertas les parecen falsas ó inverosímiles, y las mentiras, por el contrario, muy conformes con la verdad. Recuerdo que un mayordomo andaluz de cierto inolvidable y discreto Duque, que estuvo de embajador en Napóles, fué á su pueblo con licencia.

Fletó Roger el Galeón Amarillo, mandado por el mismo valiente capitán Golvín, y un mes después de su boda partió el joven señor de Munster para Sorel, acompañado de su fiel Tristán, á fin de averiguar si había llegado de Southampton el para ellos inolvidable galeón.

Una compañía de comediantes vagabundos pasó por allí, y Glatigny, cautivado por aquel vivir errante, se unió á ellos: su alma debió de experimentar entonces una emoción análoga á la que produce la música en las tardes de lluvia; la misma sensación de melancolía y de silencio que con vigores rembranescos retrata Rusiñol en su inolvidable cuento «La alegría que pasa».

Bien, señora, dijo el barón; esa es sin duda la respuesta que en iguales circunstancias me hubiera dado mi inolvidable esposa, para quien son mis últimos pensamientos. ¿Qué es esto, señor barón? exclamó en aquel momento Roger con fuerte voz, desde el lado opuesto de la terraza. ¿Esto? ¡Por San Jorge! dijo el barón acudiendo presuroso, un montón de proyectiles para bombardas.

Fue en esa primera e inolvidable comida donde empecé a conocer lo que era la sociedad bogotana. Pocos momentos más difíciles y más gratos al mismo tiempo. La reunión era selecta, y cada uno, en su amabilidad y alegría, se esforzaba en darme la bienvenida.

Solo los que mueren de amor a la hermosura entienden cómo, sin vil pensamiento, ya a punto de decir adiós para siempre a la ciudad amiga, tocó aquella noche en el piano Keleffy. Pero tocó de tal manera que, aun para la gente inculta, es todavía aquel un momento inolvidable. «Nos llevaba como un triunfador», decía un cronista al día siguiente, «sujetos a su carro. ¿Adónde íbamos? nadie lo sabía.

La armonía, las buenas amistades, se entablaron pronto, y sólo entonces empecé realmente a gozar de las bellezas indescriptibles de aquella naturaleza estupenda. Pasábamos el día guerreando a muerte con los caimanes. No he hablado aún de esos huéspedes característicos del Magdalena, porque, durante mi inolvidable permanencia en el Antioquía, creo no haberles dispensado una mirada.

Con la agradable idea de jugarlo me dirigí temprano al club, a las dos de la tarde, para atisbar la primera partida e iniciarme cuanto antes. Iba tan satisfecho como el adolescente que estrena su primer reloj de oro, o, más bien, como el alférez que se pone, en día de parada, su primer traje de gala. ¡Oh día inolvidable!

Volvió Morales á su patria con el orgullo y la aureola de un mártir político. El grande hombre del partido, que era ahora gobernador de la provincia, le estrechó la mano, honor que hizo llorar al mestizo. Te conozco, héroe; eres un superviviente de la noche inolvidable. Ya quedan pocos.... ¿Qué deseas obtener?... Morales era de fácil contentamiento. Quería, simplemente, entrar en la Policía.