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En el fondo de la gaveta de la derecha encontró el comisario un estuche en forma de libro forrado en terciopelo negro, y cerrado con una minúscula llave: ya iba a abrirlo, cuando el Príncipe dio un paso hacia él, diciendo: Ese es un libro de memorias... el diario de su vida...

En el salón amarillo veía el galán un libro de memorias, de memorias dulces y alegres, no cuando Dios quería, sino ahora y siempre; las prendas por su bien halladas eran los tapices discretos, la seda de los asientos, basteada, turgente, blanda y muda; la alfombra tupida que se parecía al mismo Mesía en lo de apagar todo rumor que delatase secretos amorosos. El Marqués pasaba por todo.

Mil memorias inexplicables nos agitan en aquel momento; aquellas memorias nos hacen gemir, nos hacen llorar, y no obstante, nosotros las queremos, las buscamos, ansiamos tenerlas cerca de nosotros, son nuestras, íntimamente nuestras. ¡Ay! son el sepulcro de nuestros padres, de nuestros hijos, de nuestros hermanos; son los sudarios de nuestra alma.

Diríase que el espíritu benigno del solariego, con la amargura de sus memorias, con la bondad de sus sentimientos, presidía aún y gobernaba las labores y las intimidades de la pudiente casa labradora.

Peregriné mucho; derramé el corazón y la vida a manos llenas; pero no fuí tan insensato que llegara a empobrecerme. Algunas veces volvía yo a Luzmela con una vaga esperanza de poder quedarme por aquí, bien avenido con esta melancólica vida de memorias y ensueños; pero nunca lograba que de mi corazón voltario se adueñase la paz.

Cuando me sintió se reclinó en el sillón, y me dijo sonriendo, con la cabeza echada atrás sobre el respaldo: ¡Que feliz soy, Luis! Era la primera vez que Amparo pronunciaba mi nombre de una manera tan familiar. Ahora recuerdo que es también la primera vez en que yo le escribo en estas memorias. En efecto, yo me llamó Luis.

Se creía en el desierto. No había allí ruido que recordara al hombre. El mar, que ya no veía ella, volvía a sonar como murmullo subterráneo; los pinos sonaban como el mar y el pájaro como un ruiseñor. Estaba segura de su soledad. Abrió un libro de memorias, lo puso en sus rodillas, y escribió con lápiz en la primera página: «A la Virgen». Meditó, esperando la inspiración sagrada.

Salafranca reunía dotes de escritor de primer orden, pues además de estar muy versado en los idiomas del latín, griego, hebreo, francés e italiano, era grandísima su erudición en ciencias eclesiásticas, historia y bellas artes, y su estilo puro, correcto y de una sencillez elegante: fue académico cofundador de la Academia de la Historia: escribió muchas obras, entre las cuales solo citaremos las siguientes: Memorias eruditas para la crítica de artes y ciencias: se publicaron dos tomos y dejó manuscritos el tercero y cuarto.

El famoso actor Edmundo Got habla en sus Memorias del desdichado estreno de La mariposa, obra de Victoriano Sardou, á quien yo conocí septuagenario y con un rostro burlón y astuto, de vieja histrionisa, y que tenía en la época á que Got se refiere un semblante reflexivo y dulce, de institutriz. La mariposa, como se dice en la pintoresca jerga de bastidores, «se hundió».

Siento no poder transcribirlo aquí; pero, si fuera a reproducir todo lo bueno que ha producido la literatura colombiana contemporánea, no me bastaría por cierto un volumen. José María Samper ha escrito seis u ocho tomos de historia, tres o cuatro de versos, diez o doce de novelas, otros tantos de viajes, de discursos, estudios políticos, memorias, polémicas... ¡qué yo!