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Usted, dulce y querido poeta, nos mueve á sonreír con lo mismo que le hizo sangrar, y tiene usted el arte amable y doloroso de extraer de sus propios sufrimientos un placer para nosotros...» A los treinta y dos años Alberto Glatigny regresó al lado de su familia, pero ya la enfermedad de riñones que había de matarle le tenía cogido.

Más tarde regresó á París, donde publicó el libro «Flechas de oro», que obtuvo gran éxito, y se batió con Alberto Wolf, que había censurado sin miramientos la obra de Banville. El desafío fué á pistola. Al oír pasar cerca de su cabeza la primera bala, Glatigny se volvió hacia sus padrinos, diciendo con resignación exquisitamente cómica: «Está visto que han de silbarme en todas partes...»

Pero la poesía produjo siempre poco, y Glatigny, que había vivido una corta temporada en el Concierto del Alcázar improvisando versos, tuvo que volver á su antigua vida nómada.

Pero, como ni el lobo nos atacó ni los bandidos se preocuparon para nada de nosotros, recobramos toda nuestra presencia de ánimo y andando a buen paso, al cabo de una hora llegamos a Glatigny. »Allí preguntamos dónde vivía el famoso jardinero y nos guiaron hasta su casa, que estaba situada a un extremo del pueblo.

Durante aquella época, Glatigny, que acababa de publicar «Los Pámpanos Locos», su primer libro de versos, luchaba desesperadamente con la miseria. «Cierta noche escribe Mendés, en pleno invierno, bajo las frías estrellas, después de haber cenado una zanahoria cogida en el campo, no tuvo otro abrigo que un extraño traje de teatro, fabricado con periódicos viejos, manchados de vivos colores...

Pero con su prontitud y su gracia peculiares dijo poniéndose en pie: » Mire usted, buena mujer: nosotros no llevamos dinero encima y nos hemos perdido en el camino de Glatigny a Ville d'Avray; pero, si usted nos guía y nos acompaña a casa del doctor Avrigny, que es nuestro padre, éste sabrá recompensarle tal favor, pues si hay alguien en el mundo capaz de socorrerla, es él, créalo usted.

Tras una dilatada excursión por provincias, Glatigny, siguiendo la opinión de varios amigos que le querían bien y el duro consejo de los públicos que le habían silbado, resolvióse á cambiar el teatro por la poesía, y marchó á la conquista de París. Iba solo, hambriento, sin recomendaciones ni otro equipaje que un manuscrito guardado en el bolsillo interior de su larga levita gris.

Pero los dos éramos demasiado presuntuosos para volver atrás, y guiándonos por las indicaciones de los postes, seguimos nuestro camino hacia Glatigny. »Me acuerdo de que se nos antojó muy largo el camino; que tomamos a un corzo por un lobo, y a unos pacíficos campesinos por feroces bandoleros.

Alberto Glatigny era hijo de un carpintero. A los quince años tropezó en la bohardilla de la casa paterna un volumen, roído de polillas y medio deshecho, de las «Obras completas» de Ronsard, y aquel libro, cuyos versos se acostumbró á recitar en voz alta, fué para su alma temprana una revelación.

Pocas historias conozco tan accidentadas ni tan dolorosas como la de Alberto Glatigny, quien en poco más de quince años ejercitó las profesiones de apuntador, comediante, autor dramático, improvisador y poeta.