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Poco después, con ánimo de socorrerla indirectamente, y sabiendo cuál había sido de soltera su oficio, la dio alguna ropa que arreglar, y, hoy un viaje de él a su casa, mañana una visita de ella a la imprenta, al cabo de algunas semanas, como esto coincidiese con el acentuado desvío de Leocadia, comenzó a fijarse en Engracia, requebrándola entre rudo y amartelado con una delicadeza a que ella no estaba acostumbrada.

No me has hablado nunca de eso declaró severamente Jacinta . Lo último que me contaste fue... qué yo... No me gusta recordar esas cosas. Pero se me vienen al pensamiento sin querer. «No la vi más, no supe más de ella; intenté socorrerla y no la pude encontrar». A ver, ¿fue esto lo que me dijiste? , y era la verdad, la pura verdad.

De repente se detuvo la peonza humana, con brusco movimiento, y se oyó un grito gutural. Ana se aplanó en el suelo. Al ir a socorrerla, notó Amparo que ya no estaba sonrosada, sino del color de la cera, y que se le veía el blanco de los ojos. Baltasar subió precipitadamente el cubo del pozo, y casi colmado se lo volcó encima a la mareada Comadreja.

Hay que ver los hechos... Yo la busqué para socorrerla; ella no quiso parecer. Cada cual tiene su destino. El de ella era ese: no parecer cuando yo la buscaba».

Yo me hallaré aquí para socorrerla y animarla. No le queda á usted más amparo que yo. Piénselo usted bien. Adiós. La decisión de aquel hombre desconocido, insinuado tan novelescamente en los secretos de la casa, era muy firme. Se había propuesto emprender una aventura generosa, á que le inclinaban al mismo tiempo un sentimiento de simpatía, y el deseo inveterado en él, de hacer bien.

Aunque no ha de haber las paces, me duele que pase hambre. Es preciso socorrerla. Pues volveré allá. Pero se me ocurre una cosa. ¿Por qué no vas ? ¡Yo! exclamó el exaltado chico sintiendo que los cabellos se le ponían de punta. , ... porque estás acostumbrado a que todo te lo den bien amasado y cocido... Esto es cosa delicada... Yo no quiero responsabilidades.

No; sin embargo, hubo un tiempo en que yo se la hubiera disputado a Marner; pero ahora es demasiado tarde. Si la niña se cayera sobre el fuego, vuestra tía es demasiado gruesa para socorrerla; no podría más que quedar sentada y gruñir como una cerda asustada.

Los golpes y las caricias de Raguet le eran tan indispensables como el aire. Prefería morir insultándolo martirizada por sus manos implacables, a obtener lejos de él éxitos y contratas... Felizmente vino a socorrerla una casualidad propicia.

Su abogado y las personas que estaban cerca acudieron a socorrerla. Se la trasladó al despacho del secretario. Dos médicos del concurso fueron espontáneamente a visitarla. Terminada la prueba, y después de descansar unos minutos, el presidente concedió la palabra al acusador privado. Su discurso fue, como se esperaba, elocuente y sañudo.

Jacinta fue a buscar la manta. Por el camino decía: «En Sevilla me contó que había hecho diligencias por socorrerla. Quiso verla y no pudo. Al ponerle la manta le dijo: «Abrígate bien, infame»; y a Juanito no se le ocultó la seriedad con que lo decía. Al poco rato volvió a tomar el acento mimoso: «Jacintilla, niña de mi corazón, ángel de mi vida, llégate acá.