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Ketty le contó paulatinamente a Elisa, con esa mezcla de pudor y de intrepidez, que es uno de los hechizos de las de su raza, que sentía una tierna inclinación por el marqués, pero que, al mismo tiempo, estaba convencida de que aquél era totalmente indiferente hacia ella, por cuya razón partía desesperadamente.

Recalde, que las miraba desesperadamente, vió una especie de plataforma, que seguia formando una cornisa, a unos tres metros de altura sobre el agua. Nos acercamos a ella. A ver si cuando estemos cerca puedes saltar arriba me dijo Recalde. Era imposible; no había saliente donde agarrarse y el bote se movía. ¿Si echáramos el ancla? me preguntó mi compañero. ¿Para qué?

Me arrojé sobre el desconocido, empujándolo con codos y rodillas; perdió el equilibrio; se agarró desesperadamente al borde de la portezuela, y yo seguí empujándole, pugnando por arrancar sus crispadas manos de aquel asidero para arrojarlo a la vía. Todas las ventajas estaban de mi parte. ¡Por Dios, señorito! gimió con voz ahogada . ¡Señorito, déjeme usted! Soy un hombre de bien.

Por dicha para el virrey, el capitán era un mancebo ágil y forzudo, que con la mayor presteza se lanzó sobre el asesino y le sujetó por la muñeca. El sacrílego bregaba desesperadamente con el puño de hierro del joven, hasta que, agolpándose los frailes y devotos que se encontraban en la iglesia, lograron quitarle el arma. Aquel hombre era Juan de Villegas.

Los dos leopardos, viendo que su presa se les escapaba, en vez de seguirle hicieron irrupción por la puerta del gabinete para cortarle la retirada, pero allí tropezaron con doña Mónica que había estado escuchando y que ya gritaba desesperadamente también: ¡Socorro! ¡Asesinos!

Después, vacilando sobre sus piernas, súbitamente desfallecida, se llevó el pañuelo á los ojos y rompió á llorar desesperadamente. En el estudio Al abrir una tarde la puerta, Argensola quedó inmóvil, como si la sorpresa hubiese clavado sus pies en el suelo. Un viejo le saludaba con amable sonrisa. Soy el padre de Julio.

Su deseo era terminar lo más pronto que fuese posible esta vida flotante y anormal, en la que su cuerpo tenía que luchar contra las leyes físicas, trabajando desesperadamente por libertarse de los tirones de la gravitación. Sólo aspiraba á encontrar un punto de apoyo, algo sólido que poder asir con sus manos. Tan vehemente era este deseo, que no tenía en cuenta la magnitud del objeto.

Lo dicho, bella Constanza, estáis en mis tierras y no saldréis de ellas sin pagarme el tributo de vuestra hermosura. ¡Soltad, villano! exclamó ella. ¿Es esta vuestra hospitalidad? ¡Antes la muerte que cederos! ¡Soltadme, ó si no!... ¡Á , doncel! gritó desesperadamente al ver á Roger. ¡Amparadme, por Dios!

Al entrar en el salón vio a Juanito contemplando al tío, y éste con la vista fija en el techo, contando sin duda las flores doradas que tenía el papel, como hombre que se aburre y busca desesperadamente la distracción. Vaya, niñas, basta de cosas tristes. Cantadle al tío algo alegre. Don Juan hizo un gesto como indicando que le era igual y no valía la pena molestarse.

Y dos o tres maestras, cogidas en el remolino, alzaban las manos desesperadamente, haciendo señas al inspector. ¿Pero qué piden ustedes? ¿No oyes, hijo? Jos-ti-cia-berreó una desvenadora al oído mismo del empleado. Que nos paguen, que nos paguen, y que nos paguen exclamó enérgicamente Amparo, mientras el rumor de la muchedumbre se hacía tempestuoso.