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Queden para eso los teatros libres, si se atreven á tanto y les da por convertirse en teatro protesta. Lo que se llama genio es prenda muy rara, y el afán de hacer creer que le tienen deslumbra y extravía á no pocos incautos y presuntuosos, y los induce á producir disparatadas monstruosidades. Absurdo sería que creásemos el teatro modelo para apadrinarlas.

Bajo aquella blusa azul, bajo aquella camisa sin almidones ni planchados ni añiles presuntuosos, se abrigaban una musculatura de acróbata y un corazón de oro. Cada visita de Andrés tenía por objeto hacer bien a la familia de sus amos; a sus amas, mis tías; al amito, yo.

Los hechos están ahí consignados, clasificados, probados, documentados; fáltales, empero, el hilo que ha de ligarlos en un solo hecho, el soplo de vida que ha de hacerlos enderezarse todos a un tiempo a la vista del espectador y convertirlos en cuadro vivo, con primeros planos palpables y lontananzas necesarias; fáltales el colorido que dan al paisaje los rayos del sol de la patria; fáltales la evidencia que trae la estadística que cuenta las cifras, que impone silencio a los fraseadores presuntuosos y hace enmudecer a los poderosos impudentes.

Pero los dos éramos demasiado presuntuosos para volver atrás, y guiándonos por las indicaciones de los postes, seguimos nuestro camino hacia Glatigny. »Me acuerdo de que se nos antojó muy largo el camino; que tomamos a un corzo por un lobo, y a unos pacíficos campesinos por feroces bandoleros.

He ahí la causa por qué los negros, después de tres días de carnaval, por más elegantes y presuntuosos que sean, tienen que vivir otros tres días prendidos de una reja; los pies necesitan suspender su misión terrena por ese espacio de tiempo para volver a su estado primitivo.

He de confesarte, sin embargo, que a veces tengo yo pensamientos algo presuntuosos, porque creo que el mejor modo de obtener la regeneración de que tanto se habla, es entretenerse en los ratos de ocio contando cuentos, aunque sean poco divertidos, y no pensar en barcos nuevos, ni en fortificaciones, ni en tener sino muy pocos soldados, hasta que seamos ricos, indispensable condición en el día para ser fuertes.

Porque como desde que los imagino hasta que los acabo voy poniendo en ellos tanto de mi alma, al fin ya no llegan a ser telas, sino mi alma misma, y me da vergüenza de que me la vean, y me parece que he pecado con atreverme a asuntos que están mejor para nube que para colores, y como solo yo cuánta paloma arrulla, y cuánta violeta se abre, y cuánta estrella lucen lo que pinto; como yo sola siento cómo me duele el corazón, o se me llena todo el pecho de lágrimas o me laten las sienes, como si me las azotasen alas, cuando estoy pintando; como nadie más que yo sabe que esos pedazos de lienzo, por desdichados que me salgan, son pedazos de entrañas mías en que he puesto con mi mejor voluntad lo mejor que hay en , ¡me da como una soberbia de pensar que si los enseño en público, uno de esos críticos sabios o cabalierines presuntuosos me diga, por lucir un nombre recién aprendido de pintor extranjero, o una linda frase, que esto que yo hago es de Chaplin o de Lefevre, o a mi cuadrito Flores vivas, que he descargado sobre él una escopeta llena de colores! ¿Te acuerdas? ¡como si no supiera yo que cada flor de aquellas es una persona que yo conozco, y no hubiera yo estudiado tres o cuatro personas de un mismo carácter, antes de simbolizar el carácter en una flor; como si no supiese yo quién es aquella rosa roja, altiva, con sombras negras, que se levanta por sobre todas las demás en su tallo sin hojas, y aquella otra flor azul que mira al cielo como si fuese a hacerse pájaro y a tender a él las alas, y aquel aguinaldo lindo que trepa humildemente, como un niño castigado, por el tallo de la rosa roja. ¡Malos! ¡escopeta cargada de colores!

Furiosa esta turba de presuntuosos teólogos, como si se hubiera maquinado echar por tierra i arrancar hasta sus fundamentos, el alcázar de la Fe Católica, discurria por todas partes bramando de coraje contra el laborioso Antonio de Lebrija i llamándole temerario i sacrílego.

Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: -Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir, y decirles en el mejor modo que pudieres: ¡Tate, tate, folloncicos!

Necesitaba auxilios y consejos. Pero ¿dónde hallarlos? Sus pocos amigos eran tan inexpertos como él, además de que él no había de profanar tan santas penas confiándolas a chicuelos presuntuosos. Se acordó de Guzmán, que ya estaba en autos; pero después de lo que había sabido, ¿con qué cara iba él a aquel señor con tales coplas!