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El Estudiante se puso las enaguas de la posadera y se ató un pañuelo en la cabeza, Bautista se caló un sombrero de copa que alguno encontró, no se sabe dónde, y cantaron ambos el dúo ingenuo de Vilinch, y la algazara fué tan grande que los cantores tuvieron que enmudecer porque el Cura gritó desde arriba que no le dejaban dormir en paz.

Se arrojó sobre él como un tigre; le derribó, le sofocó y le tapó la boca con un pañuelo, al que hizo un nudo, que introdujo en la boca de la víctima. Esta manera de enmudecer, que se conserva aún hoy y se usa por los ladrones, se llama la tragantona. Hasta el crimen tiene sus tradiciones.

Aquel espectáculo tiene una majestad imponente y sublime, que humilla y hace enmudecer en el primer momento, como una de las mas solemnes manifestaciones de la pujanza, la maravillosa eternidad reproductiva y los misterios de la naturaleza, siempre viva, trabajando y progresando aun bajo las formas en que se la cree muerta ó inanimada.

Jeremías, 31. v. 31. Texto, en que siempre enmudecer con rabia a sus Rabinos. Para introducir y establecer más este error, se valían de dos medios, ambos invención antigua del Infierno.

El majo mostraba una alegría miedosa, donde se percibía, no obstante, alguna afectación, un dejo de inquietud y tristeza que por momentos lo hacía enmudecer y le arrugaba la frente. Al salir de una de estas breves pausas, dijo á su compañera con sonrisa melancólica: María, ¿te acuerdas de aquel rey de copas que anunciaba mi matrimonio con Soledad? La maga quedó turbada sin saber qué contestar.

Entregado a mismo; arrebatado por la propia belleza de su voz, no oía nada, no percibía el incesante crujir de la maleza, como si en la sombra se desarrollara una lucha, los bruscos movimientos de los juncos, agitados por misterioso espasmo, hasta que un doble gemido brutal, profundo, como arrancado de las entrañas de alguien que se sintiera morir, hizo enmudecer asustado al pobre pájaro.

Don Luis estuvo por enmudecer e irse; pero no lo consintió su corazón, y pugnando por revestirse de una autoridad que ni sus años juveniles, ni su rostro, donde había más bozo que barbas, ni su presencia en aquel lugar consentían, se puso a hablar con verdadera elocuencia contra los maldicientes y a echar en rostro al conde, con libertad cristiana y con acento severo, la fealdad de su ruin acción.

Pero cuanto disminuye su mérito dramático y valor poético, considerada como producción literaria, está compensado por otra especie de interés, que hace enmudecer á la crítica, pues ¿quién podrá ahogar la impresión, que ha de excitarle la pintura de las penalidades, que sufrió el desdichado poeta? ¿Quién leerá, sin conmoverse ni interesarse, las escenas en que el autor aparece en el teatro con el nombre de Saavedra? ¿Quién no participará del elocuente celo, con que excita á sus conciudadanos á rescatar á los cautivos cristianos de Argel?

Y como si aquella lágrima bendita, alcanzada por la oración de un justo, se formase en aquel momento en algunas entrañas y subiese hasta un corazón y brotase por unos ojos, con explosión de dolor formidable, rompió el hondo silencio un sollozo que resonó por todos los ámbitos de la capilla, haciendo al jesuita enmudecer un instante, y mirarse pálidas y sobrecogidas a cuantas vieron a la condesa de Albornoz desplomarse sobre el reclinatorio, aniquilada como el grano de mijo que machaca la piedra de molino, mordiéndose las manos para contener, como con esfuerzo sobrehumano contuvo, los gritos, los sollozos, los alaridos de dolor que parecían hervirle en el pecho, sin llegar a reventarle por los labios.

Hizo entonces una pausada reverencia, adivinando, por detrás de la barandilla, doncellas y galanes que acababan de enmudecer. Por fin una voz exclamó: Lléguese vuesa merced a la tarima. Era Beatriz. Había que avanzar y avanzó; pero después de algunos pasos felices, llevose por delante una bandeja de metal donde vidrios y porcelanas se entrechocaron terriblemente.