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Subiendo por la costa tajada y por el ya obscuro jardín, dejóse oir un primer chillido siniestro, estridente, de ave nocturna. Pero la pajarera de refugio estaba perfectamente cerrada, durmiendo los pajaritos la cabeza bajo el ala. No obstante, quiso asegurarse por misma la señora y vió que no había peligro. Entonces, escapóse un suspiro de lo hondo de su pecho y abrazó fuertemente á su hijo.

Al día siguiente, 27 de Diciembre, don Víctor y Frígilis debían tomar el tren de Roca Tajada a las ocho cincuenta para estar en las Marismas de Palomares a las nueve y media próximamente. Algo tarde era para comenzar la persecución de los patos y alcaravanes, pero no había de establecer la empresa un tren especial para los cazadores. Así que se madrugaba menos que otros años.

Pero no te fíes; puedes marcharte con una tajada y dejar el pez en el agua. Como yo vea el momento de tirar... Mucho tiempo llevas pensándolo. ¿Quién te lo ha dicho? Estos. Y puso los dedos sobre los ojos. Y lo de ella, ¿cómo lo sabes? ¡Curiosón! ¡el que no está enamorado!... ¿Enamorado? ni por pienso... pero es natural que quiera saber cómo está ella... para echar mis cuentas.

No, de la infamia el torcedor recuerdo nunca el dolor y la vergüenza borran; nunca de la crueldad la horrenda imágen el sentimiento conturbado ahoga, ni el crímen de brutales apetitos en las alas del tiempo se evapora. ¿Qué fué de aquella triste, profanada entre el horror de noche tormentosa, al resplandor del implacable incendio que las cabañas míseras devora, muertos los padres, los hermanos muertos, al pié de la tajada escueta roca que vecina á la playa de Almuñécar, eternas baten las inquietas olas?

A poco de pasar el viajero el pequeño puente de madera de Asang, y dejar á su espalda la tajada roca, por cuyo granítico plano vierten los vecinos montes cristalinas aguas, que la previsión del natural detiene en tanques de piedra, se divisan las primeras casas de la ciudad de Agaña, presentando su entrada una espaciosa calle formada en su mayoría de pequeños edificios de tabla y teja, entre los cuales sobresalen algunos de piedra y otros de cogon y palma.

Así era el turno pacífico en Vetusta, a pesar de las apariencias de encarnizada discordia. Los soldados de fila, como se llamaban ellos, se apaleaban allá en las aldeas, y los jefes se entendían, eran uña y carne. Los más listos algo sospechaban, pero no se protestaba, se procuraba sacar tajada doble, aprovechando el secreto.

Pues, no dice que por honrado... ¡qué risa! ¡Cuando no ha habido negocio en estos últimos años, en que no haya estado yo metido y del que no haya sacado mi tajada!

A lo sumo concedían que comería cañamones. Los expertos no se aturdían por estos improperios convencionales, que eran allí el buen tono; insistían y acababan por sacar tajada, si la había. La virtud y el vicio se codeaban sin escrúpulo, iguales por el traje que era bastante descuidado.

Divertía esto mucho a las damas, porque claro está que ello había de allanar el camino de la Restauración porque ansiosas trabajaban; pero lo temible, lo negro y el marqués acentuaba los pavorosos tintes de su rostro, enarcando las pieles de sus cejas , era que los carlistas comenzaban a removerse en el norte, y los republicanos en todas partes, y hacíase difícil defender de tanta boca abierta la única y apetecida tajada.

Así y todo, no acrecenté el heredado de mi padre, y hasta le mermé en una buena tajada, porque no todos los tiempos corrían iguales para el vil ochavo; y yo, aunque sin perder de vista lo útil que es este ingrediente para vivir a gusto entre los hombres, no había nacido para esclavo de él y tenía muy arraigadas aficiones que no eran baratas.