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Anastasio llegó hasta cerca de la puerta y oyó estas palabras, dichas entre dientes como en un rezongo: Abrí, te digo, soy yo. La puerta se abrió y un relámpago de celos precedió a un relámpago de fuego: Anastasio había descargado su formidable trabuco sobre un salteador y sobre su mujercita inocente, matando a los dos. ¿Y hace mucho tiempo? preguntó Ricardo.

La desgracia no habla cesado aun de afligir y poner á prueba el noble amor del heróico patricio; no habia cesado aun de acrisolar con el fuego de los mas rudos tormentos su lealtad y su constancia; aun no habia descargado sobre su cabeza el mayor y mas formidable de sus golpes. Una nueva defeccion, hija de la tentadora codicia, vino á cortar las alas á su patriótica y halagüeña esperanza.

Aquellos latigazos los hubiera descargado el canónigo de buen grado sobre el rostro de Mesía. Cuando el miserable y desvencijado vehículo llegaba a las primeras casas de los arrabales de Vetusta, obscurecía. La noche, según había anunciado don Víctor, amenazaba con nueva tormenta. Todo el cielo se cubría de nubes pardas que se ennegrecían poco a poco.

En su mesa tenía un revolver descargado que nunca tocaba sino volviendo la cabeza y cerrando los ojos. Si usted no puede, acudiré á otro, pero entonces necesito mis nueve mil pesos para untar las manos y cerrar los ojos. ¡Mueno, mueno! dijo al fin Quiroga; ¿pelo pone pileso mucha genti? manda liquisa, ¿ja?

No obstante, en la glacial atmósfera los cortadores de madera sudan á chorros porque manejan el hacha y cada golpe descargado sobre el tronco del árbol, pone en movimiento todos sus músculos.

No sólo se turbó, pero subió de nuevo a su dormitorio, notando una sensación extraña, como si le hubiesen descargado un fuerte golpe en las piernas quebrándoselas. Al entrar en su habitación, pensaba esto o algo análogo: «Vamos a ver, ¿quién es el guapo que dice misa hoy?». No, ese guapo no era él. ¡Buena misa sería la que dijese, con la cabeza hecha una olla de grillos!

Siendo inútiles todos los esfuerzos que doña Brígida hizo para que se durmiese a una hora racional, le arrojó de casa sin conmiseración. Don Jaime pidió permiso para sacar debajo de la talma azul gendarme que usaba por las noches, un viejo fusil de chispa que había en el desván. La magnánima señora se lo otorgó a condición de llevarlo descargado. Salió después Alvaro Peña.

Acercó tímidamente su mano al mango del arma. «Puedes cogerlo, está descargado» dijo Maxi, que de un salto se había dejado caer del furor a la piedad. Eres un niño declaró ella, cogiendo el arma , y como niño hay que tratarte. Venga acá ese chisme: lo guardaré para el caso de que entren ladrones en casa. Y se lo llevó sin que él hiciese resistencia.

Yo daría cinco mil duros por saber si hay Dios o no hay Dios. Por mucho menos dinero se lo dirían a usted en Alemania, donde hay personas dedicadas a averiguar esas cosas. Y hasta me figuro que si llevase una carta del embajador le harían a usted una rebaja de un veinticinco por ciento. El carruaje se detuvo al fin delante del hotel cerca de otros que habían descargado.

Con esto cesaron las sonrisas del uno y las risotadas del otro, y sentí yo descargado el ánimo de un gran peso; porque así vienen hilvanadas las flaquezas de la vida, y jamás se ha dicho verdad como la del pedante don Hermógenes: «No hay poco ni mucho en absoluto