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Por otro lado pendía de la pared un cuadrito de marco ex-dorado, que encerraba las habilidades juveniles de la abuela de doña Leoncia, bordadora de lo más fino. Al lado de estos monumentos de familia estaban un par de figurines del Directorio y una Virgen del Pilar, simplemente pegada en la pared con cuatro obleas.

Entonces dio al lacayo unas señas que estaban apuntadas con lápiz, las últimas, de su letra misma. Calle de Rebollo, número 68... Hotel... ¿Quién vive allí? preguntó Margarita. Pues no ... Es una francesa que pinta... Con tal que le saquemos algún cuadrito... ¿Sabe usted que esto es muy divertido?...

Paco, cada vez que sorprendía una de aquellas miradas furibundas, sonreía y hacía guiños a Manuel Antonio. Oye, Carmela dijo parándose frente a un cuadrito pintado al óleo, ¿dónde habéis comprado este San Juan? ¡Jesús! señor exclamó Carmelita, no es un San Juan, que es un Salvador, ¡míralo cómo se ríe el pobrecito! ¡Ah! es un Salvador. ¿En qué se distinguen?

Al día siguiente de llegar del convento, al pasar por delante de su despacho, le veo muy atareado con el pocillo de la tinta de China a un lado y el tiralíneas en la mano... ¡Vaya, cuadrito tenemos! dije para . ¡Ya verás, saleroso, lo que hago yo con tus litografías! Por la tarde me lo entrega con mucha ceremonia. Yo lo recibo con la misma y le doy un millón de gracias.

La pequeñez de su cuerpo ágil y escurridizo le servía tanto como la fuerza de sus brazos, y de todas las peleas salía incólume, «sin que le sacasen sangre». Los indígenas creíanle poseedor de maravillosos amuletos. Ojeda también se consideraba protegido por el cielo gracias a un cuadrito antiguo de la Virgen, regalo de Fonseca, que llevaba pendiente del cinturón de la espada.

El Cristo del Gran Poder y la Virgen de la Paloma, eran allí dos hermosos cuadros; había un gran cromo con la Numancia, navegando en un mar de musgo, y otro cuadrito bordado con dos corazones amantes, hechos a estilo de dechado, unidos con una cinta. Se hacía tarde, y Jacinta no tenía sosiego.

¿Sabe usted, tía, que me ajusta un poco? ¡Qué sastres! Entretanto, la señora había quedado parada delante de un grabado puesto en la cabecera de la cama, en lugar de la imagen de San Pablo, que yacía descolgada irreverentemente de su clavo. Y había por qué quedarse parado, pues el tal cuadrito representaba una dama en traje tan primitivo, que no podía darse más, ¡qué horror!

Por aquel tiempo se comía precipitadamente los restos del caudal que allegó su marido, y no había día en que no saliese de la casa una joya, un cuadrito, un mueble con la misión de traer dineros para atender a las necesidades domésticas. De los conflictos con su casero, a quien debía medio año de alquileres, me ocuparía si tuviese espacio para ello.

Porque como desde que los imagino hasta que los acabo voy poniendo en ellos tanto de mi alma, al fin ya no llegan a ser telas, sino mi alma misma, y me da vergüenza de que me la vean, y me parece que he pecado con atreverme a asuntos que están mejor para nube que para colores, y como solo yo cuánta paloma arrulla, y cuánta violeta se abre, y cuánta estrella lucen lo que pinto; como yo sola siento cómo me duele el corazón, o se me llena todo el pecho de lágrimas o me laten las sienes, como si me las azotasen alas, cuando estoy pintando; como nadie más que yo sabe que esos pedazos de lienzo, por desdichados que me salgan, son pedazos de entrañas mías en que he puesto con mi mejor voluntad lo mejor que hay en , ¡me da como una soberbia de pensar que si los enseño en público, uno de esos críticos sabios o cabalierines presuntuosos me diga, por lucir un nombre recién aprendido de pintor extranjero, o una linda frase, que esto que yo hago es de Chaplin o de Lefevre, o a mi cuadrito Flores vivas, que he descargado sobre él una escopeta llena de colores! ¿Te acuerdas? ¡como si no supiera yo que cada flor de aquellas es una persona que yo conozco, y no hubiera yo estudiado tres o cuatro personas de un mismo carácter, antes de simbolizar el carácter en una flor; como si no supiese yo quién es aquella rosa roja, altiva, con sombras negras, que se levanta por sobre todas las demás en su tallo sin hojas, y aquella otra flor azul que mira al cielo como si fuese a hacerse pájaro y a tender a él las alas, y aquel aguinaldo lindo que trepa humildemente, como un niño castigado, por el tallo de la rosa roja. ¡Malos! ¡escopeta cargada de colores!

¡Ya pareció aquéllo! dijo el joven con despecho, muy molestado por la agria reprensión. Pues si quieres que no te diga ciertas cosas, procura callarte otras. Pepe Castro se encogió de hombros con superior desdén y se alzó de la silla. Dió algunas vueltas distraídamente por la estancia y paró al fin delante de un cuadrito, que descolgó para sacudirle el polvo con el pañuelo.