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Amparo ni lo miró, tan ridículo le había parecido la víspera cuando entró llorando, trayéndolo medio arrastro su madre: Carmela fue la única que le habló humanamente, y le dijo el nombre de dos o tres cosas, que él preguntaba sin lograr más respuesta que bromas y embustes.

Entonces, como era en sazón oportuna, fuiste un grande hombre; hoy me pareces un charlatán o un mentecato, y o te desprecio, o te abomino. Adiós para siempre. Para siempre acabaron ya nuestros amores. AUTOR. ¿Qué es esto, amigo Seelenführer? ¿Es verdad o mentira? Si es burla de Carmela, es burla harto pesada, y si son veras, las veras son más pesadas aún.

Vinósele también a la memoria su padre, Carmela, Rosarito, todo el dulce pasado. Sintiose entonces triste, muy triste; la asaltaron miedos y terrores indefinibles, pero fortísimos; pareciole su situación extraña y peligrosa, preñado de amenazas el presente, obscuro el porvenir. Dejose caer en una butaca y clavó en las luces la mirada fija y vacía de los que se absorben en penosa meditación.

¿Quién os enseñó a cantar? preguntó a la encajera la viuda de García. Enseñar, nadie.... Nos reunimos nosotras. Tenemos un libro de versos. ¿Y andáis por ahí divirtiéndoos? Divertir, no nos divertimos... hace frío contestó Carmela con su voz cansada y dulce . Es por llevar unos cuantos reales a la casa. ¡Mamá, Osepina, Loló! vociferaba la rubilla . Un tiquito, un nino Quetús. Mía, mía.

Hizo la madre decir una misa a Nuestra Señora del Amparo, patrona de las cigarreras; y por la tarde fueron convidados a un asiático festín el barbero de enfrente, Carmela, su tía, y la señora Porreta la comadrona: hubo empanada de sardina, bacalao, vino de Castilla, anís y caña a discreción, rosoli, una enorme fuente de papas de arroz con leche.

Amparo se arrimó a una de las ventanas bajas, y tocó en los cristales con el puño cerrado. Abriéronse las vidrieras, y se vio la cara de una muchacha pelinegra y descolorida, que tenía en la mano una almohadilla de labrar donde había clavados infinidad de menudos alfileres. ¡Hola! ¿Hola, Carmela, andas con la labor a vueltas? pues es día de misa.

En la calle de los Castros estaba Carmela, la encajerita, descolorida como siempre y ocupada en oír de boca de Amparo el relato de los sucesos de la víspera. Asomada Carmela al tablero, disimulaba su talle encorvado ya por la habitual labor; pero no sus ojos ribeteados y cansados de fijarse en la blancura del hilo.

Y yo de ti, niña bonita respondió él, por decir algo. ¿Quiere usted poner el candelero en su sitio, Borrén? interpeló Josefina con voz aguda . Me ha manchado usted todo el traje. ¡Mire usted qué graciosilla es esta, hombre! advirtió Borrén señalando a Carmela la encajera, que tenía los ojos bajos . Algo descolorida... pero graciosa. ¡Calle! dijo la viuda de García... . ¿ por aquí?

¿Conque te ha hecho la corte a ti, Niña? prosiguió cogiendo con dos dedos cariñosamente la barba de Nuncita. Me parece que debiste de haber sido muy torerita, ¿verdad, Carmela? Fue un poco tentada de la risa. ¡Carmela, por Dios, que estos señores van a creer que he sido una coqueta! exclamó con angustia la Niña.

Carmela la encajera y Amparo rehusaron con dignidad su parte; pero la chiquillería despachó su ración atragantándose, en las mismas barbas de doña Dolores, que consumó la venganza dando por terminados los villancicos y poniendo en la escalera a músicos y danzantes. Cigarros puros