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Y esto ansí hecho y proveido, partió esta gente de guarda en la manera que ya habeis oido, é Inca Yupanqui con la que ansí quedó, é yendo por el camino derecho; y llegando á la quebrada, Inca Yupanqui, do el monte estaba y la emboscada le era hecha, ya que iba al medio de ella, llevando su gente apercibida y avisada de lo que sospechaban, tiráronle de dentro de la montaña una piedra á Inca Yupanqui y no le acertaron, mas de que dieron á uno de los que las andas llevaban; y visto esto por Inca Yupanqui y sus tres buenos amigos, dijeron en alta voz: ¡Á ellos, á ellos!; y como su gente, que ya tenian el monte cercado, oyesen la voz, dieron en los de la emboscada de tal manera, que no se les escapó hombre.

Más fuerte y poderosa era la impresión, que hacían las numerosas procesiones que se celebraban con frecuencia en ciertas fiestas solemnes, llevando cuadros y estatuas adecuadas al objeto de la función, que pasaban en andas á la vista del pueblo arrodillado.

Este mi amo, por mil señales, he visto que es un loco de atar, y aun también yo no le quedo en zaga, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: "Dime con quién andas, decirte he quién eres", y el otro de "No con quien naces, sino con quien paces". Siendo, pues, loco, como lo es, y de locura que las más veces toma unas cosas por otras, y juzga lo blanco por negro y lo negro por blanco, como se pareció cuando dijo que los molinos de viento eran gigantes, y las mulas de los religiosos dromedarios, y las manadas de carneros ejércitos de enemigos, y otras muchas cosas a este tono, no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y, cuando él no lo crea, juraré yo; y si él jurare, tornaré yo a jurar; y si porfiare, porfiaré yo más, y de manera que tengo de tener la mía siempre sobre el hito, venga lo que viniere.

Recibiéronse los unos y los otros cortésmente; y luego don Quijote y los que con él venían se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido como pastor, de edad, al parecer, de treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda.

Pero ahí está Reno, que te lo dirá en un santiamén. No tal, dijo Reno bajando la espada. Desde entonces he tenido otras muchas cosas en que pensar y aunque me rompa la crisma no lo recordaré nunca. Creo que estábamos jugando á los dados. No, creo que fué cuestión de faldas. ¿Eh, Simón? Dados ó mujeres, creo que le andas cerca.

Aunque unitario por simpatía, nunca se metió en dibujos políticos y pasó la mayor parte de su vida doblado sobre el trabajo, sin más distracciones que llevar el pendón de la cofradía, de que era protector, o las andas del santo, en la procesión del titular, porque era creyente de boca abierta, y chismorrear en el citado mentidero. ¡Quién le ha visto con el escapulario sobre el pecho, pequeñito y regordete, avanzar entre dos hileras de cirios, sudando bajo el peso del aparatoso estandarte, tan hinchado y satisfecho de su papel, que parecía creer que el incienso y las genuflexiones se ofrecían a su excelsa persona!

Jamás el rey se enamoró platónicamente de la pastora, ni el rico de la pobre, ni el duque de la costurera. Lo general es que en este linaje de amores vea siempre el amante a su amada como en andas, como sobre un altar, o allá en el cielo, muerta ya, como Dante la veía.

Uno de aquellos que las llevaban, dejando la carga a sus compañeros, salió al encuentro de don Quijote, enarbolando una horquilla o bastón con que sustentaba las andas en tanto que descansaba; y, recibiendo en ella una gran cuchillada que le tiró don Quijote, con que se la hizo dos partes, con el último tercio, que le quedó en la mano, dio tal golpe a don Quijote encima de un hombro, por el mismo lado de la espada, que no pudo cubrir el adarga contra villana fuerza, que el pobre don Quijote vino al suelo muy mal parado.

La primera era, según dicen, una linda rapaza; éste aseguran que es un loco; de aquélla no vimos más que las andas, y de éste el papelón en que viene embutido. ¡Jamás nosotros, los del menudo pueblo, vemos más que la corteza de las cosas! Calla y mira, Albolalit le replicó el otro . ¿Qué sacarás con ver lo que no te importa o lo que no pudieras conocer?

El menudo pueblo halla siempre cierto sabroso placer en encontrar alguna semejanza entre los que lo mandan y los animales nocivos, y por cierto que las más veces no se engaña. Entretanto las cuadrillas, las guardias y el inmenso acompañamiento iban marchando, acercándose al propio tiempo las ricas andas que encerraban tanto tesoro.