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Inútil es hablar del pescado que se coge en este privilegiado puerto. En cien leguas a la redonda, nadie ignora que ni la sardina, ni la merluza, ni el congrio, ni el besugo admiten comparación con los de Sarrió. Como el caso parece extraño habiendo tan poca distancia de un pueblo a otro, los de Peñascosa lo explican por los mejores pastos que sus peces tienen.

Primer Teniente. Enrique Pereda y Sardiña. Teniente. Carlos Riquelme y Giquel. Teniente. Pedro J. Peñalver y Rondón. Capitán. Jorge Vila Blanco. Primer Teniente. Eduardo Miranda. Primer Teniente. Rafael Ramos. Primer Teniente. Federico de la Vega. Primer Teniente. Patricio de Cárdenas. Primer Teniente. Pablo Alonso. Segundo Teniente. Armando Fuentes. Segundo Teniente. José Salvata y Mesa.

Había llegado a los diez y nueve años, hambriento y casi desnudo como un salvaje, durmiendo en la torcida barraca donde gemía y rezaba su abuela, inmóvil por el reuma: de día ayudaba a botar las barcas, descargaba cestas de pescado, o iba de parásito en las lanchas que perseguían al atún y la sardina, para llevar a casa un puñado de pesca menuda.

También se le ocurrió, como hijo que era de matriculado y marisco por los cuatro vientos, solicitar, á ejemplo de muchos de sus compañeros, un puesto y quiñón correspondiente en una lancha pescadora; pero esto le ocuparía demasiado. Tendría que esperarla todas las noches, limpiarla y vigilarla todo el año y desenmallar sardina en el verano.

Pues, ¿y en Carnaval? Las mascaradas caprichosas, los confites arrojados de la calle a los balcones, y viceversa, el entierro de la sardina, los cucuruchos de dulce de la piñata, todo lo disfrutaba la hija de la calle.

En este momento se oyó un estrépito: era el comandante que perseguía, dando grandes trancos, al pícaro de Morrongo, el cual, frustrando la vigilancia de su dueño, había cargado con la pescada. Mi comandante le gritó Manuel riéndose , sardina que lleva el gato, tarde o nunca vuelve al plato. Pero aquí hay una perdiz en cambio.

Si de vuelta de correr la sardina salía alcanzada la mujer del Tuerto en la cuenta que éste le tomaba rigorosamente, en el balcón se oía la primera guantada de las que administraba el desdichado marido á su costilla; desde el balcón llamaba á su padre, á su madre y á Tremontorio; desde el balcón les contaba lo sucedido, y renegaba furibundo de su mujer; desde el balcón imploraba el auxilio de Dios..., y de balcón á balcón se enredaba un diálogo animadísimo que entretenía, por espacio de media hora, á las gentes de la calle.

Mejor haría el ciudadano Calleja en acordarse de los diez y nueve reales que le prestó mi primo, el que tiene la pollería en la calle Mayor; reales que le ha pagado como mi abuela. Vamos, que y el pollero sois los dos del mismo estambre. , y acuérdese de la guitarrilla que le robó á Perico Sardina el día de la merienda en Migas Calientes.

Entre las casas de a lo largo del muelle de Cay luce, antes, como ahora, había algunos almacenes de carbón, y una fila de tabernas en donde los pescadores se reunían y se reúnen a beber y a discutir, y que destilaban, sobre todo los domingos, por su única puerta, una tufarada de sardina frita, de atún guisado con cebolla, y de música de acordeones.

Diciendo y haciendo, había cogido María las orejas a Momo, ya se las tiraba de manera de arrancárselas. Fue la suerte de María, que al primer berrido que dio Momo, con toda la fuerza de sus anchos pulmones, se le atravesó un bocado de pan y sardina, lo que le ocasionó tal golpe de tos, que ella, ligera como buena gaviota, pudo escaparse del buitre.