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A pesar de esta convicción, no podía contener en ciertos momentos una agresividad irónica, que se desahogaba inventando apodos clásicos. La joven esposa de Ulises, inclinada sobre su labor de encajera, era Penélope esperando la vuelta del errabundo marido. Doña Cristina aceptaba este sobrenombre, por saber vagamente que era el de una reina de buenas costumbres.

La casa de la calle de Botoneras, donde comienzan a desarrollarse los sucesos que aquí se narran, tiene planta baja, con encajera a un lado del portal y al otro tienda de pañolería; tres pisos de dos huecos a la fachada cada uno, con recio balconaje verde, revoque de imitación a ladrillo, descolorido por las escurriduras de las lluvias, alero saliente de robustas vigas y bohardillas a la antigua, completando el conjunto ciertos detalles madrileños, como varillas de hierro para las cortinas de lona que en verano se usan, raquíticos tiestos, cestilla pendiente de una cuerda tendida a la vecindad de enfrente para correo de niñas o tercera de novios, y alguna jaula de codorniz o mirlo.

Una tarde, la encajera del portal, destinada a darle malas nuevas, le detuvo y le habló así: Tengo que icirle a Vd. una cosa, señorito... pero no se va Vd. a enfurruñar conmigo.

La respuesta de la encajera fue echarle al cuello los brazos, y pronunciar, con voz entrecortada de alegría: ¿Luego no sabes, no sabes que Dios me dio la sorpresa? Ya tengo el dote, chica... me voy a Portomar a ver si me reciben allá en el convento.... ¡Ahora que dicen que se acaban las monjas!

La encajera ha ido diciendo que esto era una taberna, y que no se podía vivir en esta casa. Ya ven ustedes ... como una es mujer de opinión....

El barbero, que era leído, escribido y muy redicho; la encajera, que la daba de fina, y la comadrona, que gastaba unos chistes del tamaño de su panza, compitieron en donaire burlándose de la rusticidad del mozo.

Una tarde, al regresar Pepe de la imprenta, la encajera del portal le dijo que la señá Manuela y la señorita acababan de subir. Pero, ¿han salido las dos? ¡Anda! a media tarde ¡si paece que andan too el día pingando!

El padre de Cristeta fue covachuelista a la antigua, con poco sueldo, menos consideración, gorrito de pana y mangotes de percalina negra: la madre fue encajera de primorosas manos, que así componía, dejándolo nuevo, un entredós de Malinas, como restauraba un cuello de Alençon.

Amparo cogió el tiesto y respiró el perfume de la planta, hundiendo la faz entre las aterciopeladas hojas. La encajera la miraba con sus pupilas siempre melancólicas y serenas. Amparo dijo de pronto.... ¿Eh?... respondió la Tribuna, sorprendida como si la despertasen de golpe. ¿Te enfadas si te digo una cosa?

Y yo de ti, niña bonita respondió él, por decir algo. ¿Quiere usted poner el candelero en su sitio, Borrén? interpeló Josefina con voz aguda . Me ha manchado usted todo el traje. ¡Mire usted qué graciosilla es esta, hombre! advirtió Borrén señalando a Carmela la encajera, que tenía los ojos bajos . Algo descolorida... pero graciosa. ¡Calle! dijo la viuda de García... . ¿ por aquí?