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Concediósela doña Guiomar, pero con el prosupuesto que cuando prendiese al barbero volviese, que ella le aguardaría, que tenía que decirle.

En efeto, tanto les supo el cura decir, y tantas locuras supo don Quijote hacer, que más locos fueran que no él los cuadrilleros si no conocieran la falta de don Quijote; y así, tuvieron por bien de apaciguarse, y aun de ser medianeros de hacer las paces entre el barbero y Sancho Panza, que todavía asistían con gran rancor a su pendencia.

Pero nada había causado tanta admiración en nuestros amigos, los habitantes de Villamar, como la mudanza que se observaba en la tienda del barbero Ramón Pérez.

Es el presidente del Consejo de Castilla dijo el joven caballero al Duque y a sus vecinos, dándose aires de importancia; le conozco bien. No, caballerito; no me conoce usted: ¡soy Rodrigo Moncénigo, barbero de Su Majestad! Al oír estas palabras, el duque de Carvajal púsose el sombrero, que acababa de quitarse.

Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho. -Así será -respondió el barbero-; pero, ¿qué haremos destos pequeños libros que quedan?

Su hermano D. Carlos vivía en una casa de trapo viejo. ¡Jesús! ¡Córcholis! Y qué cosas se ven por esas tierras.... Yo también me buscaré una casa de trapo viejo. Y después tuvo que ser barbero para ganarse la vida y poder estudiar. Miá ... yo tengo pensado irme derecho a una barbería.... Yo me pinto solo para rapar.... ¡Pues soy yo poco listo en gracia de Dios!

Capítulo XXVII. De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia No le pareció mal al barbero la invención del cura, sino tan bien, que luego la pusieron por obra. Pidiéronle a la ventera una saya y unas tocas, dejándole en prendas una sotana nueva del cura.

¿Que tan grande le parece a vuestra merced, mi señor don Quijote -preguntó el barbero-, debía de ser el gigante Morgante?

Pero, en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio y el cura que, con no poco trabajo, dieron con don Quijote en la cama, el cual se quedó dormido, con muestras de grandísimo cansancio.

Era el único que podía burlarse de la tiranía de los Brull, sin que esto le impidiese la entrada en el Casino del partido, donde los jóvenes admiraban sus chistes y sus trajes estrambóticos. Rafael le quería, aunque su trato con él no fuese muy íntimo. Entre la gente solemne y conservadora que le rodeaba, aparecíasele el barbero como el único hombre con quien podía hablar. Casi era un artista.