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En el camino nuestro cicerone, más aplacado, sacó de la faltriquera un paquetillo, y mostrándomelo secretamente: Caballero me dijo al oído, cigarros habanos, cajetillas, cédulas de... y otras frioleras por si usted gusta. Gracias, honrado corredor.

En el comedor de los Extranjeros del Club Automóvil, los convidados estaban acabando de comer. Eran las diez de la noche y los jefes de comedor servían el café. Los mozos se habían retirado y en el salón contiguo estaban preparadas las cajas de cigarros para los fumadores.

Terminados los licores y el café, y cuando ya el humo de todos los cigarros se había mezclado y confundido, formando un a manera de toldo que colgaba del techo, la duquesa dijo: «Don Hermenegildo, hace tiempo que no nos obsequia usted con el salto de la truchaDon Hermenegildo se puso en pie.

Cuando ella tiene interés en quedarse sola lo envía al camarote para que busque cualquier cosa, y el chico se resiste recordando que debe obedecer a mamá. Pero intervienen los adoradores de la hermana, amigos que le dan champán y buenos cigarros, y acaba por ausentarse, hasta que se tropieza con la madre, que le riñe por haber olvidado sus deberes...

Modesto principio, que podía llegar a proporcionarle el dinero suficiente para pagar el adelanto en el obraje, y volverse en el mismo vapor a Posadas a derrochar un nuevo anticipo. Perdió; perdió los demás cigarros, perdió cinco pesos, el poncho, el collar de su mujer, sus propias botas, y su 44.

Todo su empeño era hallar una fotografía. Me pidió noticias: una gran tarjeta, que estaba en el cajón de los cigarros y que yo había debido ver. Le dije que sabía dónde estaba; el señorito la había puesto el día anterior en su saco de viaje.

Cuando doña Cristina, atendiendo las indicaciones del médico, le ocultaba los cigarros, Urquiola buscábalos, y, echando á broma la prohibición, obsequiaba al tío.

Hizo Borrén, la recomendación a su prima, que se la hizo al contador, que se la hizo al jefe, y Amparo fue admitida en la Fábrica de cigarros. El día en que recogió el nombramiento hubo en casa del barquillero la fiesta acostumbrada en casos semejantes, fiesta no inferior a la que celebrarían si se casase la muchacha.

Y el cura metió una mano en el bolsillo interior de su larga y mugrienta levita de alpaca, y sacó de aquella cueva que olía a tabaco, entre migas de pan y colillas de cigarros, un cucurucho que debía de contener onzas de oro. Bonifacio se puso en pie, y sin darse cuenta de lo que hacía, alargó la mano hacia el cucurucho.

El café de la Paz era grande, frío; el gas amarillento y escaso parecía llenar de humo la atmósfera cargada con el de los cigarros y las cocinas; a la hora en que los dos amigos conferenciaban estaba desierto el salón; los mozos, de chaqueta negra y mandil blanco, dormitaban por los rincones.