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Entonces comprendí, azorado y atónito, que alrededor de las murallas de esa pieza había, formando altas pilas, unos sobre otros, una inmensidad de sacos de cuero llenos hasta casi reventar. Toqué una pila que había al alcance de mi mano, y vi que lo que dentro se encerraba, era duro y angular y no cedía a la presión.

Buscó con la mano en su pecho, sacó una caja de oro y la abrió. Miró durante algún tiempo con expresión de espanto el retrato que encerraba. En la disposición de espíritu en que Marta se encontraba, le pareció que los ojos del soldado se animaban y la miraban con airado reproche.

En la voz de Simoun se notaba cierto timbre estraño y siniestros rayos parecían pasar al través de sus anteojos azules. Como para hacer cesar la impresion que aquellas piedras hacían sobre tan sencillas gentes, Simoun levantó la bandeja y descubrió el fondo donde encerraba los sancta sanctorum.

Dentro del saloncito había asimismo plantas y flores en vasos de porcelana. Una jaula grande encerraba multitud de pájaros que alegraban la estancia con sus trinos y gorjeos.

Aquella noche vio como de ordinario a Beatriz en el salón; pero no pudo sorprender ni en su fría actitud ni en sus ojos impasibles de esfinge el menor signo que pudiera ayudarle a descifrar el enigma que encerraba esa palabra: «Mañana.» ¿Le escribiría ella? ¿le respondería de viva voz cuando viniese, según costumbre, a tomar su lección de pintura?...

El peludo señor perdió por completo la cabeza, y temiéndolo todo de la bellaquería de la condesa, que tenía él muy bien conocida, pidió a toda prisa un simón, y sin acordarse para nada de que su barba sin teñir iba a revelar el hasta entonces bien guardado secreto a las lenguas más hábiles en cortar sayos que encerraba la corte, corrió al palacio de aquella equívoca oveja que tanto le importaba conservar en el redil alfonsino.

¡Qué episodio administrativo tan pintoresco, tan chino! El servicial Camilloff, que se pasaba el día entero recorriendo los Yamens del Estado, tuvo que probar, primero, que el deseo de conocer la morada del viejo Mandarín no encubría ninguna conspiración contra la seguridad del Imperio, y después fué preciso que jurase que no encerraba esta curiosidad un atentado contra los Ritos sagrados.

A las veces, después del trabajo, me encerraba yo en mi habitación, o, cediendo a mis inclinaciones de soñador, me iba a vagar por los campos, deseoso de estar solo con mis pensamientos, con el recuerdo de Linilla. Cuando don Carlos me veía salir o advertía que estaba yo en mi cuarto, me detenía o me llamaba. ¿A dónde va usted? ¿Qué hace usted allí? Vengase a charlar con nosotros.

Un cielo nuevo, diferentes praderas y torrentes, aire mas dilatado, otros espacios, un mas allá distinto del que siempre me encerraba en su estrecho ámbito; aquí mis deseos eternos. Estas eran mis frases; esta mi necesaria conclusion cada vez que regresaba del campo. La idea de visitar nuevos paises, se presentaba constantemente á mi imaginacion con un delicioso misterio que me fascinaba.

La sacaba del salón, la llevaba á la catedral y la encerraba en un confesonario: luego se marchaba, y las puertas del templo se cerraban. ¡Qué angustia! ¡qué desesperación!... Pero á fuerza de golpes lograba romper la puerta, y sin saber cómo se encontraba en medio del campo... Un golpe de gente venía hacia ella gritando: «¡Huye, Demetria, huye! ¡Ahí viene! ¡ahí viene! ¿Quién viene? preguntaba ella. ¡Un lobo! ¡un lobo que está rabioso!» Y ella se daba á correr; pero no podía: las piernas le pesaban como si fuesen de plomo: los demás corrían y ella no podía seguirles.