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Estos tan muchos timidos Romanos, Que buscan de vencer cien mil caminos, Rehuyen de venir mas á las manos Con los pocos valientes Numantinos. O si saliesen sus intentos vanos, Y fuesen sus quimeras desatinos, Y esta pequeña tierra de Numancia, Sacase de su perdida ganancia!

Todo el furor de quantos ya son muertos En este pueblo, en polvo reducido, Todo el huir los pactos y conciertos, Ni el dar á sujecion jamas oido, Sus iras y rencores descubiertos Está en mi pecho todo junto unido; Yo heredé de Numancia todo el brio, Ved si pensar vencerme es desvario.

Llevó a Jacinta a su cuarto de vestir y después de mostrarle el nacimiento, le dijo: «Aquí hay más contrabando. Mira. Esta mañana fui a las tiendas, y... aquí tienes: medias de color, un traje de punto, azul, a estilo inglés. Mira la gorra que dice Numancia. Este es un capricho que yo tenía. Estará saladísimo. Te juro que si no le veo con el letrero en la frente, voy a tener un disgusto».

Yo domino de todas la arrogancia, conmigo no hay Sagunto ni Numancia... Y con airecillo de terne y de conquistador, siguió sin más circunloquios a la costurera hasta la puerta del entresuelo. La llave era dura, y el mocito, a fuer de cortés, no podía permitir que la niña se maltratase la mano.

Por esta razón no debemos criticar al poeta porque sólo pintó los caracteres con rasgos generales, y porque debilita el interés de la acción en diversas situaciones, sin otro vínculo que las una sino el de su relación más ó menos directa con la suerte de Numancia.

Verdad es que todavía se observa el deseo de aislar en muchas piezas lo cómico de lo trágico, y por cierto con desusado rigor; pero hasta en aquéllas que, como la Numancia, de Cervantes, propenden más á moverse en la esfera puramente trágica y conservar su colorido, se notan también caracteres especiales, que corresponden más bien á la comedia.

Qué amargo fin nos van pronosticando! No ves un esquadron airado y feo De unas aguilas fieras, que pelean Con otras aves en marcial rodeo? Solo su esfuerzo y su rigor emplean En encerrar las aves en un cabo, Y con astucia y arte las rodean. Tal señal vitupero, y no la alabo, Aguilas imperiales vencedoras: Tu verás de Numancia presto el cabo.

Ni vos, dulce consorte amada mia, Os vereis en peligro que Romanos Pongan en vuestro pecho y gallardia Los vanos ojos, y las torpes manos! Mi espada os sacará desta agonia, Y hará que sus intentos salgan vanos, Pues por mas que codicia los atiza, Triunfarán de Numancia en la ceniza.

En estos pitos y flautas, a saber, unos cuellitos, un arreglo de sombrero, medias azules, guantes encarnados, una gorra de marino que decía en letras de otro Numancia, y dos cinturones de cuero se lo habían ido la semana anterior más de seiscientos reales, los cuales no hubieran podido reunirse en su bolsillo sin sustituir, durante larga temporada, el principio de falda de ternera por un plato de sesos altos, que se ponían un día y otro no, alternando con tortilla de escabeche.

La comandanta entró trayendo un cuadrote que representaba a Pío IX echando la bendición a las tropas españolas en Gaeta. Para hacer juego, propuso Juan Antonio poner al otro lado la Numancia. Guillermina vaciló en dar su asentimiento; pero al fin... una risita y un guiño resolvieron la duda. «Poner el barquito, ponerlo, que todo lo de la mar es de Dios».