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Pero el Magistral salió sin responder siquiera, pensando en Ana y en Mesía; y a la media hora, cuando paseaba por el Espolón solo y a paso largo, olvidando el compás de su marcha ordinaria, le repetía en los sesos, no sabía qué voz: ¡besugo, besugo! «¿Por qué se acordaba él del besugo?». Y encogió los hombros irritado también con aquella obsesión de estúpido.

Mi padre, que había recobrado su buen humor, se volvió hacia : No lo maltrates... Lo que dice es verdad, después de todo; cuando se entra en lo sobrenatural, se traspasan de un salto los límites de la razón pura y la discusión es inútil... Vamos, loquilla, no te devanes los sesos por mi causa... ¿No fue San Pablo quien dijo que la mujer fiel justifica al marido infiel?... Las hijas deben tener el mismo privilegio... Anda, puesto que hace buen día, aprovecha la ocasión de que Máximo quiere hacerme compañía y vete a tomar el aire... Tienes unas ojeras... que no hacen honor a la casa.

A pesar de esto, estaba convencido que era la mismísima tía Silda, la que acababa de entrar: y no volvía en , te lo juro; ver lo que yo había visto, era para dejar patitieso a cualquiera, ¡figúrate! Y me devanaba los sesos, pensando: ¿qué habrá pasado en la calle Moreno? una desgracia, sin duda.

Desde ayer me devano los sesos tratando de averiguarlo; no es Doña Constanza doncella que oculte sus amores, si los tiene, y por consiguiente el galán debe sernos conocido. Pero ¿á quién ve y habla ella, además de sus padres, sus dos amigas y la servidumbre del castillo?

Todo concluyó para les decía; soy hombre muerto; no me queda otro recurso que saltarme la tapa de los sesos. ¿Cómo presentarme de nuevo en sociedad, en la Opera, ni en ningún otro teatro? ¿Queréis que comparezca ante el mundo con esta cara grotesca y lamentable, que excitará en unos la risa y en otros la compasión? ¡Bah! respondiole el marqués, la gente se acostumbra a todo.

Doña Inés, además, le tenía sorbidos los sesos. Doña Inés le infundía una veneración y un cariño alambicadamente espirituales, que la convertían para él en oráculo.

No pudo recordarlo; pero lo buscaría, a tientas también; y una vez hallado, saldría de la alcoba, cogería el llavín que estaba colgado de un clavo en el recibimiento, y ¡aire!... ¡a la calle! La idea de la evasión estuvo flameando un rato sobre sus sesos, como una luz de alcohol, sin que pudiera entender cómo se había encendido semejante idea.

Yo me vuelvo loca... Y no por qué me devano los sesos, porque en rigor, ¿a qué me va ni me viene? Si Maximiliano quiere humillarse después de las atrocidades que pasaron, yo no debo meterme... Pero , me meteré. ¿Cómo consentir tal afrenta?

No tenía que calentarse mucho los sesos para salir del paso, porque para tales escamoteos tenía su entendimiento una aptitud particular. Su imaginación despiertísima se pintaba sola para hacer pasar de un cubilete a otro las ideas. Lo que él no podía sufrir era que se le tuviese por hombre vulgar, por uno de tantos.

Unos le hacían hijo de un carnicero de Sevilla; otros le declaraban granuja de la playa de Málaga en su juventud. Lo que se sabía de positivo, era que hacía ya muchos años había aparecido en Madrid como parásito de un título andaluz, el cual, después de haber disipado su fortuna, se saltó los sesos.