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Al punto que la gente reposaba, Un fuego se emprendiò, el Adelantado, Segun pareció ser, despierto estaba, A priesa sin parar se ha levantado: El viento al fuego fuerza acrecentaba, La casa y cuanto tiene se ha abrasado, Que mientras mas va, el fuego mas se atiza, Y vuelve todo en polvo y en ceniza.

Piedra va, piedra viene, empezaron las abolladuras de nariz, las hinchazones de carrillos y los chichones como puños. Mientras mayor era el estrago, mayor el denuedo: «¡Leña!, ¡atiza!, ¡dale!». ¡Qué ardientes gritos de guerra! Ni las moscas se atrevían a pasar por el espacio en que se cruzaban las voladoras piedras.

Cuidarse; llévese usted un derivativo... Mire, mire, llévese también un preparado de hierro. El derivativo se lo zampa en ayunas... Luego en cada comida se atiza una píldora de hierro reducido por el hidrógeno, con extracto de ajenjos... por la noche al acostarse se atiza usted otra... Con estos calores, conviene no abusar mucho del hierro, ¿sabe?, y sobre todo, paséese usted y no lea tanto».

Al poco tiempo, como por máquina, principió a murmurar a cada golpe: «¡Dale! ¡Atiza! ¡Buena fue ésa! ¡Vaya una mano!...» y otras semejantes exclamaciones. Terminó la lección de historia sagrada. Antes de tomar la de gramática hubo un respiro. La costurera se puso a bromear alegremente con el mayordomo. Estaba de un humor angelical. ¿Qué tal la carne? Rica, ¡rica de verdad!

Mas este se resbala, aquel no siente La herida, y dando esguince se desliza, Y él queda de la colera impaciente. En esto Boreas su furor atiza, Y lleva antecogida la manada, Que con la de los cerdas simboliza.

¿Acaso tenía ella la culpa de que Villamelón fuese un Juan Lanas?... ¿Iba a dejar ella que un periodistilla cualquiera se riese de su aislamiento?... ¿Sería capaz de abandonarla en aquel trance, él, su único amigo, el hombre en que había puesto su amistad y su confianza?... Y, por otra parte, la suerte de ambos estaba ligada y érales necesario, desde luego, hablar gordo a aquella gentuza: a ella, para que entendiesen de una vez para siempre que sabía hacerse respetar; a él, porque era muy joven, comenzaba su carrera en el mundo, y ningún paso más acertado, ningún exordio más oportuno que poner el pie en esta senda erizada de peligros, descalabrando a un periodista; que no en balde se ha dicho: En aquesta salvaje y fiera liza, Lleva más razón quien más atiza.

Dentro de un rato iré a verla, para que me pruebe unas cosillas, y te llevaré conmigo. ¡Atiza...! ¿No está allí Luciana...? RAQUEL. No... ¡Ya no vendrá...! Está prometida, y su maridito no quiere que en lo sucesivo vea a ningún hombre desnudo. SOFÍA. ¡Bah! Después de todo, no tenía ni pizca de talento. ¿Con quién se casa...?

Ni vos, dulce consorte amada mia, Os vereis en peligro que Romanos Pongan en vuestro pecho y gallardia Los vanos ojos, y las torpes manos! Mi espada os sacará desta agonia, Y hará que sus intentos salgan vanos, Pues por mas que codicia los atiza, Triunfarán de Numancia en la ceniza.

Al fuego el ayre le atiza, Y con tal ardor revuelve, Que poco á poco resuelve El santo cuerpo en ceniza. Mas ya que morir le vieron, Tantas piedras le tiraron, Que con ellas acabaron Lo que las llamas no hicieron. O santo Esteban segundo Que me asigura tu zelo, Que miraste abierto el cielo En tu muerte desde el mundo!

Te vi esta mañana en el «Metro», y me dije: «¡Atiza! ¿Qué busca La Choute por estos sitiosTe seguí a lo lejos y te vi entrar en esta tienda. Como tenía prisa, no me acerqué a ti... Cumplí ya con mi obligación unas lecciones en este barrio , y al regreso he entrado para darte los buenos días.