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Luego, serenándose su ánimo, se acordó de Paz y del recrudecimiento que imaginó notar en su amor. ¿Cuál sería la causa? ¿Por qué la niña criada en el regalo, lejos de convencerse de que aquello era una locura, daba a sus promesas más firmeza y mayor expresión de simpatía a sus miradas?

»Pues bueno, y para fin y remate del camino que traigo y ya me cansa: creo que si te animaras y me dieras el regalo de tu compañía en esta casona, el vocear de la tierra me sería más llevadero.

No; no he dejado yo por ignorancia ningún regalo, ninguna dulzura, ninguna gloria: todo lo conocía y lo estimaba en más de lo que vale cuando lo desprecié por otro regalo, por otra gloria, por otras dulzuras mayores.

Aquello era para la vida entera; más aún, la vida normal de nuestra privilegiada especie; y los que no vivían como yo, me parecían seres excepcionales del humano linaje, pues en mi infantil inocencia y desconocimiento del mundo yo tenía la creencia de que el hombre había sido criado para la mar, habiéndole asignado la Providencia, como supremo ejercicio de su cuerpo, la natación, y como constante empleo de su espíritu el buscar y coger, ya para arrancarles y vender sus estimadas bocas, que llaman de la Isla, ya para propia satisfacción y regalo, mezclando así lo agradable con lo útil.

No le importaba que le costase caro el viaje a Citerea; pero sentía repugnancia invencible a pagarlo al contado, como si besos y caricias fuesen guantes y corbatas: gustábale, por el contrario, dejar espacio entre el placer y la remuneración para poetizar y envolver en voluntarias ilusiones lo prosaico de la realidad, prefiriendo gastarse muchos centenares en un regalo a dejar unos pocos sobre una mesa de noche o dentro de un sortijero.

Los tertulios todos, exceptuando á Octavio, reían con estrépito. Paco Ruiz tomaba con la punta de los dedos, y como temiendo mancharse, una moneda del plato y figuraba morderla con mucha delicadeza, diciendo: Están muy buenas, D.ª Feliciana; ¿las ha hecho usted? No podía usted ofrecerme regalo mejor, señora.

526 Mostró noble corazón, cristiano anhelaba ser; la justicia es un deber, y sus méritos no callo: nos regaló unos caballos y a veces nos vino a ver. 527 A la voluntad de Dios ni con la intención resisto: el nos salvó...¡Ah, Cristo!, Muchas veces he deseado no nos hubiera salvado ni jamás haberlo visto.

En el centro de la mesa, entre las caracolas, estaba otro regalo del tío Ventolera: una cabeza de mujer rematada por una especie de tiara redonda sobre los cabellos en trenzas. El barro gris estaba moteado de blancas y duras esferillas, granulaciones de los siglos y del agua salitrosa.

Susana, sabedora de lo que ocurría, movida del cariño y conocedora del terreno que pisaba, regaló a una monja que hacía de pasanta una crucecita de plata, rogándole que a cambio del obsequio, llevase a Valeria un regalito, consistente en un huevo de marfil, dentro del cual había un rosario.

Comenzó a dar vueltas al manubrio del organillo y la gangosa melodía sonó otra vez. Maltrana dijo adiós a su tío; pero éste, antes de que se alejasen, tuvo un arranque de generosidad. Tomad lo que queráis. Ya que sois recién casados, os debo un regalo.