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Dice papá que está muy bonito; le ha gustado mucho, y creo que a te parecerá lo mismo. «Cuida mucho de tus tías, principalmente de doña Carmelita; mira que le gusta mucho que la mimen. ¿La ves así, que es tan seca y adusta? Pues sin cariño no puede vivir. «Vivo por y... sólo para , tu Linilla». Estuvo escribiendo hasta después de media noche.

A ustedes les tocará lo más penoso, disponerla, y hacer los buñuelos. ¡Sin buñuelos no hay Noche Buena! ¡Allá usted, Angelina, usted que se pinta para todo eso! Pondremos la mesa en la sala, y usted, doña Carmelita, cenará con nosotros. No habrá nacimiento.... ¿Quién nos mete en dificultades? Yo bien quisiera, para que el amito se acordara de cuando era «coconete». ¿Te acuerdas?

D. Diego de Ulloa de la Chica, presbítero y fraile carmelita que vivía ya en Sevilla en 1590, fué expulsado de la orden por su mala conducta, en la que, lejos de enmendarse, se aferró más y más, llegando hasta el punto de que, impulsado por el robo, asesinó en 1622 á un vecino del Arquillo Las Roelas, llamado don Juan González, el cual era sacerdote y capellán de la parroquia de San Lorenzo.

El gitano, tranquilo hasta entonces, había sido simple espectador de aquella escena; pero al oír aquella voz bien conocida, exclamó: ¡Miserable carmelita, deja entrar a esos sacerdotes! soy yo, el gitano, quien los ha enviado a buscar para comunicarles mis últimas voluntades, para confesarme. ¿Qué esperas, pues?

Sin desistir, por consiguiente, de vengarse si se presentaba ocasión cómoda para ello, D. Casimiro resolvió enamorar estrepitosamente á Nicolasa, esperando que así daría picón á la futura carmelita, ó probaría al menos que tenía por amiga una mujer de mucho mérito. Nicolasa, en efecto, lo era.

No es ella sola la que ha tenido ese mal gusto expresó con marcada intención Carmelita, muy alegre de haber encontrado aquel rasgo de ingenio. Y ¿quién era ese teniente?... Algún trasto... ¡cómo si lo viera!... tornó a preguntar Emilita con la misma adorable ligereza. ¡Alto, alto, Emilia! manifestó Paco. Paniagua era teniente de los tercios de Flandes y muy bizarro.

¡Imprudente! ¿quiere usted perderse? exclamó su compañero poniéndose ante él para que el carmelita no pudiera verle.

Cuando vio que no conseguía nada por las malas, se puso a hacerme caricias... ¡Anda, Carmelita, monina, ponme la corbata... te he de dar un dulce de los de la mesa... Yo le decía: ¿El que te toque a ti? , , el que me toque a ... ¡Oh, qué malo! ¡No sabe V., señorita, las monerías que hizo para sacármela! ¡Pobre Chuchú! ¿Por qué no se la ha puesto V.?

Pocas veces tenía necesidad de reprenderla, pero cuando lo hacía, Nuncita bajaba la cabeza y al poco rato se la veía llevarse el pañuelo a los ojos y salir de la sala, mientras Carmelita seguía sus movimientos con mirada fija, sacudiendo al mismo tiempo la cabeza severamente. Poco faltaba para que la castigase dejándola sin postre o mandándola a la cama.

No vinieron.... Ya sabes: como doña Carmelita está un poco mala.... ¿De qué? pregunté inquieto. Lo de siempre.... Los achaques.... Anda, que te están esperando. Dame la maletita. ¿No dejas nada? No; mañana temprano vendrás por el baúl. En marcha. A la salida me despedí, muy de prisa, de mis compañeros de viaje. Andrés no dejaba de verme ni de acariciarme. A cada paso me decía.