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Actualizado: 17 de octubre de 2025
Todas manifiestan la misma vergüenza, idéntico rubor colorea sus mejillas. A una se le ocurre malignamente proponer que lo estrene Nuncita. Las demás aplauden la idea. Nuncita resiste aterrada. Carmelita ni concede el permiso ni lo niega. Las instancias se repiten sin cesar. Los mancebos encuentran la idea cada vez más original.
Al fin, casi a viva fuerza, entre los aplausos frenéticos del corro, Cuervo, el hercúleo alférez de la primera, levanta en brazos a la Niña y la sienta en la tabla. ¡Agárrate bien, Nuncia! le grita Paco Gómez, mientras el citado alférez y algunos otros amigos empiezan a mecerla. ¡Suave, suave! exclama Carmelita. No hay cuidado; así lo hacen, porque temen dar con ella en tierra.
Carmelita y Nuncita quedaban aterradas cuando esto sucedía, se iban a la cama, presa de la mayor consternación. Después del rompimiento definitivo, y cuando al cabo se convencieron de que la ventura de realizar tan sublime matrimonio no estaba reservada para ellas, humillaron un poco su ambición y prestaron auxilio a Granate, que hacía mucho tiempo lo demandaba con instancia.
No hay necesidad de indicar, por lo tanto, que su pasión casamentera les costó no pocos disgustos. Cuando algún lechuguino sentía brotar en su pecho la llama del amor, lo primero que hacía era mostrársela a las de Meré. Carmelita, estoy enamorado. ¿De quién, corazón, de quién? preguntaba la anciana con vivo interés. De Rosario Calvo. ¡Ajá! Buen gusto ha tenido el picarón.
Se lo regaló a Carmela, cuando vivía papá, un pintor de Madrid que pasó aquí unos días dijo Nuncita. ¿Eras tú joven? preguntó gravemente Paco dirigiéndose a Carmelita. Sí, muy jovencita. ¿El pintor tenía fama? Mucha. Entonces ya sé quién era, Murillo. No; me parece que no se llamaba así. Entonces sería Velázquez. Ese nombre ya me suena más.
Venga esa bolsa, Carmelita dijo Paco, que andaba dando vueltas alrededor de la mesa, metiendo la cabeza entre las señoras, hablando y riendo con todas; ¿dónde la ha puesto usted? Ahí, en el segundo estante, á la izquierda... cójala usted. Señoras, yo llevo la voz cantante esta noche. Les participo que he tomado antes de venir dos huevos crudos.
No he de relatar en detalles casos de alumbrados y alumbradas jóvenes, pero solo recordaré uno que produjo gran escándalo é hizo la comidilla en la población, siendo los protagonistas del suceso la beata carmelita Catalina de Jesús y el clérigo Juan de Villalpando.
Mas su hermana la siguió inmediatamente en la actitud más severa y autoritaria que puede nadie imaginarse, dispuesta a corregir aquel principio de rebelión, que con el tiempo podría traer funestas consecuencias. Oyose rumor de disputa, sobresaliendo la voz áspera, irritada, de Carmelita; luego aquella voz se fue dulcificando, haciéndose persuasiva, razonadora, reprendiendo con suavidad.
Yo sé muy bien cuánto vales; que, por mil motivos, eres digno de una mujer que te honre, sin que la historia de su familia, o el origen de la que llegue a ser tu esposa sea obstáculo a tu felicidad; yo bien sé, Rorró, que tu tía, doña Carmelita, desea para tí una mujer de brillante cuna, elegante, hermosa... rica. Nada de esto tengo yo. No sé si soy buena o si soy mala.
No todas las noches de invierno iban damas a la tertulia. Generalmente asistían los sábados y los miércoles. Pero había un grupo de muchachos que casi nunca dejaban de hacerles un rato de compañía a primera hora, aunque después se marchasen a otras casas. Uno de ellos era Paco Gómez. En estas noches de soledad se formaba generalmente un partido de brisca. Paco iba de compañero con Nuncita y el capitán Núñez, o Jaime Moro, o cualquier otro muchacho con Carmelita. Paco una noche se dolió de que las señas que se hacían durante el juego fuesen tan vulgares y conocidas: era imposible hacerlas pasar inadvertidas para los contrarios. Entonces, de acuerdo con el otro, propuso cambiarlas.
Palabra del Dia
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