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Actualizado: 20 de junio de 2025
Es la curiosidad por lo secreto, el deseo que infunde el obstáculo, las fantasías mentales que inspiran los trajes, los adornos, todo lo que cubre el cuerpo femenino, dando á su monotonía la seducción de un misterio continuamente renovado. Para él, ¡ay! eran todas como si marchasen desnudas. Nada podía excitar ya su interés: todo lo conocía.
Siempre era de la opinión de ellas, pues aunque pensara de distinta manera, no se atrevía a expresar su disentimiento. Aquella tarde, por causa de su situación de espíritu, estaba la de Rubín más cohibida que nunca y deseando que se marchasen. Pero desgraciadamente nunca estuvo doña Casta más habladora. Sentía mucho no encontrar a Lupe, pues deseaba comunicarle noticias de la mayor trascendencia.
Caminamos de madrugada rio arriba como dos leguas, buscando paso, y habiéndolo pasado con bastante trabajo por estar casi á nado y tener que pasar las municiones á pié, luego que nos pusimos de la otra banda, dió órden el Comandante para que el Teniente D. Francisco Macedo se aprontase con 30 hombres del Cacique Lepin y Alcaluan, y marchasen con la carretilla á incorporarse con los demas que estaban en la toldería del Cacique Lincon, y unidos con las familias de estos caciques marchasen al Arroyo del Cairú, con la órden de esperarnos allí hasta nuestro regreso.
Dia 30. Luego que amaneció, hice que se separasen y marchasen á cada estancia las respectivas caballadas que habian servido, como asimismo se dejó todo el ganado sobrante, á excepcion de aquel poco que se necesitaba hasta la ciudad.
Era una hacienda de torero habituado a la generosidad, a ganar gruesas cantidades, sin conocer las restricciones de la economía. Sus viajes durante una parte del año y aquella desgracia, que había traído a su casa el aturdimiento y el desorden, hacían que los negocios no marchasen bien.
Podían exigir el sacrificio de su vida, ¡pero ordenarles que marchasen día y noche, siempre huyendo del enemigo, cuando no se consideraban derrotados, cuando sentían gruñir en su interior la cólera feroz, madre del heroísmo!... Las miradas de desesperación buscaban al oficial inmediato, á los jefes, al mismo coronel. ¡No podían más!
Muchos llevaban colgados de los hombros por correas charoladas magníficos gemelos para que no se les escapasen los mínimos detalles del paisaje. Y abundaban asimismo los bastones alpestres como si marchasen a alguna expedición peligrosa al través de las montañas. El tren especial constaba de dos coches-salón, un sleeping-car y un furgón.
No todas las noches de invierno iban damas a la tertulia. Generalmente asistían los sábados y los miércoles. Pero había un grupo de muchachos que casi nunca dejaban de hacerles un rato de compañía a primera hora, aunque después se marchasen a otras casas. Uno de ellos era Paco Gómez. En estas noches de soledad se formaba generalmente un partido de brisca. Paco iba de compañero con Nuncita y el capitán Núñez, o Jaime Moro, o cualquier otro muchacho con Carmelita. Paco una noche se dolió de que las señas que se hacían durante el juego fuesen tan vulgares y conocidas: era imposible hacerlas pasar inadvertidas para los contrarios. Entonces, de acuerdo con el otro, propuso cambiarlas.
La mala suerte le perseguía. Nadie como él cuidaba el ganado y vigilaba la marcha. Muerto de sueño, jamás se atrevía, como los compañeros, á dormir en el carro, dejando que las bestias marchasen guiadas por su instinto.
Se había levantado tarde y acababa de subir a toda prisa a la cubierta para hacer sus compras antes de que se marchasen los vendedores. El hombre cobrizo ensalzaba la riqueza de una túnica azul con ramajes y pájaros blancos que ella tenía entre sus manos. Me pide dos libras, ¿qué le parece? dijo la joven sonriendo a Maltrana, mientras éste daba con el codo a su compañero.
Palabra del Dia
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