Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 17 de octubre de 2025
Se abre una puerta, y se oye en el pasillo un trotecito de ratón. Era Mamette. Nada tan conmovedor como aquella viejecita con su gorro de casco, su hábito carmelita y el pañuelo bordado, que por honrarme tenía en la mano, conforme a la usanza antigua. ¡Cosa enternecedora: se parecían! Con papalina y cosas amarillas también él hubiera podido llamarse Mamette.
Erró, efectivamente, al vaciar con el pensamiento el bolsillo de Carmelita, erró con Fernanda, con María Josefa, con Micaela, y ¡miren qué diablo! fue a acertar precisamente con Emilita. Unas tijeras, un pañuelo, un dedal y tres caramelos. La niña se puso a gritar batiendo las palmas, toda nerviosa: ¡Trampa, trampa!
Las señoritas le recibieron y le ocultaron algunos días, y al cabo lograron que se evadiese disfrazado con el traje de un criado. Pero teniendo noticia de que iba la policía a registrarles la casa, pensaron con terror en el uniforme del teniente. ¿Dónde guardarlo que no diesen con él? Carmelita, en aquellos instantes críticos, tuvo un rasgo de ingenio y bravura.
¡Ah! hasta la muerte... ¡Vamos!... ¡adiós!... El reloj de San Francisco dio las doce. Cada campanada vibraba de un modo desgarrador en el corazón del pobre niño; a la última, cayó desvanecido. El gitano lanzó un grito, el sacerdote acudió corriendo y el carmelita también. ¡Virgen santa! ¿qué tiene su compañero? preguntó el guardián. Nada; la emoción que le ha producido el oír tan grandes pecados.
Véase Clemente Tosius, abad de la Congregacion Sylvestrina, en su obra India oriental, tomo I. Véase Marraccio, obra cit., y la interesante obra titulada Viaggio all'Indie Orientali, etc., del P. Vicente María de Sta. Catalina de Sena, carmelita descalzo. Los sectarios de Alí pretenden que las abluciones deben empezarse por el codo, y los de Omar sostienen que por las puntas de los dedos.
¡Alto, alto! exclama Carmelita. ¡Paren ustedes! Nadie hace caso. Las ropas de la Niña van subiendo, subiendo: no se sabe dónde se van a detener. ¡Alto, alto! ¡Por Dios, señor alférez! ¡Anda con ella! rugen los militares. Y el columpio sigue cada vez más vivo. Nuncita está tan asustada que no tiene tiempo a pensar en el pudor.
Así comenzaba la segunda carta de doña Guiomar a su hijo. Por fin, cierta mañana, un religioso carmelita, de regreso de Alba de Tormes, sacó ante ella, del hueco de la manga, el ansiado papel. Ramiro contaba primero su entrevista con el Rector del Colegio del Arzobispo, en cuyas propias manos había dejado todas las cartas que llevaba. Luego refería su previo ingreso a las Escuelas Menores.
Llegó asimismo a los oídos de los tertulios el eco de un sollozo. Por último, al cabo de buen rato se presentó de nuevo Carmelita, arrastrando los pies todavía más que su hermana, con los ojos resplandecientes de autoridad y el ademán majestuoso que conviene a los que necesitan dictar leyes a los seres que la Providencia les ha confiado.
Carmelita traía un vestido de alepín de seda negra que sólo salía a relucir en las grandes ocasiones, al paso que Nuncita, por contar menos años y respetabilidad, podía lucir un traje claro con flores bordadas, como sólo se ven en los retratos del siglo pasado.
Palabra del Dia
Otros Mirando