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Era alta y esbelta; vestía de blanco, y me pareció de singular hermosura. La enferma secó sus lágrimas. Siempre fué adusta y severa; jamás lisonjeaba, nunca tenía una frase dulce y afable. La enfermedad había quebrantado aquel carácter entero, férreo, como de una pieza. Ahora tenía ternuras y delicadezas que conmovían profundamente. ¡Vamos, ya te veo a mi gusto! ¡Jesús! ¡Qué guapo que estás!

Caminamos hacia la sierra, que dista dos o tres kilómetros. La Sierra Morena no ofrece ni la elevación, ni la esbeltez, ni el brillo pintoresco y gracioso de las montañas de mi país. Es una región agreste y adusta que extiende por muchas leguas sus lomos de un verde sombrío, donde rara vez llega la planta del hombre en persecución de algún venado o jabalí.

Una fisonomía menos adusta presentaria la fachada de S. Lorenzo antes que levantase en 1555 su rector y obrero Alonso Ruiz la torre que tanto desdice del carácter primitivo de esta basílica . Tenia entonces un gracioso pórtico cuyas arcadas se ven cegadas hoy: era la pared de su imafronte enteramente lisa, y en ella un grande roseton calado, al cual no hay otro comparable en Córdoba, inundaba de luz la nave central.

Descendieron del automóvil en una planicie limitada por dos cuerpos de edificio que formaban ángulo. Era el patio de honor, la plaza de armas del futuro castillo. En los otros dos lados, unos muros que sólo se elevaban un metro sobre el suelo indicaban la traza de lo que podría ser este patio algún día, si la suerte dejaba de mostrarse adusta con el propietario.

No puedo, Que me voy á morir á toda priesa. Y yo también, pues se murió Manolo; A llamar al dotor me voy derecha, Y á meterme en la cama bien mullida, Que me quiero morir con convenencia. ¿Nosotros nos morimos, ó qué hacemos? ¿Amigo, es tragedia ó no es tragedia? Es preciso morir, y sólo deben Perdonarle la vida los poetas Al que tenga la cara más adusta Para decir la última sentencia.

Cuando la interrogaban, ponía una cara adusta, y golpeando el suelo con el pie, se quedaba mirando en el vacío. La hermana superiora venía, inquieta, y le preguntaba, acariciándola con dulzura: ¿Qué tiene, Adrianita? ¿Ya no le reza al Señor? No, no, porque ha dejado que me compre el diablo. Y no daba otra explicación: la había comprado el diablo y ella estaba perdida para el cielo.

Sobre la mesa ardía una lámpara de bronce colgada del techo. Los aparadores casi tocaban en él y eran también de roble tallado; las sillas de roble igualmente; todo de roble. Esta madera dura, maciza y adusta, parecía el símbolo de aquella respetable familia.

La gran huronera, desafiando al tiempo, permanece tan pesada, tan sombría, tan adusta como siempre. Ninguna innovación útil o bella se nota en su mueblaje, en su huerto, en sus tierras de cultivo. Los lobos del escudo de armas no se han amansado; el pino no echa renuevos; las mismas ondas simétricas de agua petrificada bañan los estribos de la puente señorial.

Aragón sólo espera nuestra señal para arrojarse; Sevilla bulle y se revuelve, Valladolid, Madrid y Toledo vendrán a la zaga, apenas nosotros marchemos. Un coro ardoroso de aprobación respondió a la arenga de Bracamonte. Luego, en medio del silencio que sobrevino, una sola voz resonó, adusta, inconfundible. Que no se diga que la vejez, enflaqueciendo mis fuerzas, ha destemplado mi corazón.

Dice papá que está muy bonito; le ha gustado mucho, y creo que a te parecerá lo mismo. «Cuida mucho de tus tías, principalmente de doña Carmelita; mira que le gusta mucho que la mimen. ¿La ves así, que es tan seca y adusta? Pues sin cariño no puede vivir. «Vivo por y... sólo para , tu Linilla». Estuvo escribiendo hasta después de media noche.