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En el Instituto de Jovellanos de Gijón, hay varios: los principales son una carroza con dos caballos vista por la zaga, hecho a pluma, y un apunte con lápiz rojo para la figura del Marte. Grabados de mano de Velázquez, no se conocen más que dos. Uno al agua fuerte retocado con buril y otro a punta seca.

Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

Los afeminados burgueses de Bizancio y su populacho cosmopolita, aficionados á las fiestas de Circo y las querellas teológicas, vieron partir con satisfacción á estos hombres medio bandidos y medio soldados, que llevaban á la zaga, por una costumbre secular, sus hijos y sus barraganas, duras hembras de Aragón y de Sicilia seguidas de enjambres de chicuelos semidesnudos y acostumbradas á manejar la espada cuando caía herido su rudo compañero.

Un consejero jubilado, la señora de un Alcalde de Corte, un exento de guardias, un oficial de correos y un poeta habían caído el día anterior.... ¡Bendito Dios! los que no eran pobres tenían al menos el recurso de la fuga, siempre que el cólera no fuera con ellos, invisible, en la zaga del coche, como solía acontecer.

Al llegar el invierno, aparecía siempre en la plaza algún aragonés viejo llevando a la zaga un muchacho, como bestezuela asustada. Le habían arrancado a la monótona ocupación de cuidar las reses en el monte, y lo conducían a Valencia para «hacer suerte», o más bien, por librar a la familia de una boca insaciable, nunca ahíta de patatas y pan duro.

Zapatos, pocos, y esos muy estropeados y risueños, abiertos de boca y endeblillos de suela; ropa blanca, reducida a un jirón, porque, ¿quién les pone cosa sana para que luego se revuelquen en la carretera, y se den de mojicones todo el santo día, y se cojan a la zaga de todos los carruajes, gritando: «¡Tralla, tralla!»?

El carro de Zaratustra parecía más grande que las viviendas; se veía mejor que éstas, caído sobre la zaga, con las dos barras en alto unidas por la barriguera de la mula, destacándose sobre el cielo como una horca. Adivinó el joven la proximidad de la cabaña viendo correr hacia él una banda de perros. Eran los compañeros de Zaratustra.

Cuando sueña es teniendo delante un enorme jarro de cerveza y dos kilógramos de pan; fuma brutalmente; come con voracidad y glotonería, y en todas sus manifestaciones es inculto, pero con candor y sin caer en cuenta de su mal gusto. El Suizo aleman no le va en zaga, contrastando en todo lo que es asunto de finura, gusto y elegancia con el suizo ginebrino, neuchatelés ó vaudense.

Carreño se reía a carcajadas con estos dichos de su mujer; y como era bastante más avisado que ella, no los usaba tan crudos; pero en el alcance de la intención, no la iba en zaga. Las hijas, cargadas de similores y de cintajos, muy porosas y verdegueando, con la misma intención de casta rajaban en un estilo mixto de lo más malo de los otros dos.

Si parlanchín era el pastor, no le iba en zaga el maestro. Ambos emprendían una interminable conversación, y los discípulos abandonaban los bancos para oirles de cerca ó iban á jugar con las ovejas que rumiaban la hierba de los ribazos cercanos. A don Joaquín le inspiraba gran simpatía el viejo.